Sin esperar al aniversario redondo de los 210 años de la Batalla de Waterloo, este 18 de junio de 2024 ese acontecimiento histórico ha disfrutado de bastante eco. Especialmente entre medios anglosajones.
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La característica común de esos recuerdos resulta un tanto sorprendente desde el punto ... de vista peninsular. Así, siguiendo una linea secular dominante en la Historia de Gran Bretaña, se ha ensalzado, sobre todo, la participación británica en la batalla (poniendo el lógico acento en el protagonismo de Wellington en ella) y se ha dado así, una vez más, por zanjada tanto la batalla como las guerras napoleónicas a las que esos acontecimientos del 18 de junio de 1815 habrían puesto un fin definitivo.
En realidad, más allá de esas fronteras intelectuales, culturales… de fuerte impronta británica, lo cierto es que el sondeo de archivos que no sean los de Gran Bretaña, muestran que pese a la derrota y huida del campo de batalla del mismo Napoleón, la última campaña contra la Francia de los Cien Días no acaba en Waterloo.
Sólo poco a poco se va abriendo paso -en el imaginario popular tanto como en Historiografías (como la anglosajona) un tanto enrocadas- esa certeza de que la rendición definitiva de Napoleón y del resto de la Francia que aún le seguía en 1815, no se da exactamente sobre el campo de batalla de Waterloo, sino bastante tiempo después.
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Algo necesario pues el punto de vista contrario desvirtua los sucesos de ese año 1815, aplicándoles la idea -propia de nuestra época presente- de que las comunicaciones en ese momento eran tan fluidas y fiables como lo son hoy día las videoconferencias, la conexión automática y en cuestión de nanosegundos vía satélite y otros asuntos de Telecomunicaciones que no existían, en absoluto, el 18 de junio de 1815.
Un mensajero rápido a caballo tardaba como mínimo una semana en cruzar la distancia entre la actual Bélgica y la frontera de, por ejemplo, el paso guipuzcoano de Behobia. Eso si todo iba bien…
Por otra parte si el principal responsable de los hechos, Napoleón, se había negado a rendirse en Waterloo y andaba en paradero desconocido, la certeza de lo que se podía comunicar por medio de uno de esos correos de posta, o de los telégrafos ópticos -con líneas incompletas y muy limitadas todavía- se hacía aún mas incierta.
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Todo ello explica la presencia de un formidable ejército español acantonado en torno a ese paso de Behobia desde que se confirman, en marzo de 1815, el retorno de Napoleón desde la isla de Elba, su nueva toma del poder en París y su decisión de enfrentarse a un gran ejército aliado en Waterloo.
Fue así como centenares de hombres, veteranos de los ejércitos españoles de la Guerra de Independencia, son movilizados de nuevo y escalonados en un gran dispositivo militar que ocupa buena parte del territorio guipuzcoano. Desde los pasos que conectan la provincia con Álava hasta la frontera con una Francia que, al menos en ese sector vasco, se ha decantado por apoyar a Napoleón. Otra vez.
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Así todo ese despliegue, y la llegada de refugiados que huyen del redivivo Ogro Corso a plazas como San Sebastián, generaron una cantidad sustancial de documentos en nuestros archivos y bibliotecas que dibujan, en efecto, un fin de los acontecimientos de Waterloo que, en absoluto, acaban de manera definitiva el 18 de junio de 1815.
Que las comunicaciones andaban revueltas en el final de la primavera y el comienzo del verano de 1815, es evidente por la lentitud con la que el Ayuntamiento de San Sebastián recibe la comunicación oficial, ya sin sombra de duda, de la derrota de Napoleón en Waterloo.
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Eso ocurrió el 14 de julio de ese año. En tal fecha llegaba a la ciudad un documento firmado por las Juntas Generales de la provincia nada menos que siete días antes.
En ese curioso pedazo de papel se solicitaba que la ciudad preparase todo para que el domingo siguiente -16 de julio- se celebrase con las solemnidades y los «regocijos» públicos acostumbrados lo que las Juntas guipuzcoanas describían como gloriosos triunfos obtenidos en Bélgica por las armas aliadas contra las del que ellas califican como el tirano Napoleón…
No era más comedido el clero donostiarra, pues cuando su cabildo avisa al Ayuntamiento de esa ciudad -el 15 de julio- de su decisión de celebrar el Te Deum preceptivo por la victoria de Waterloo en la parroquia de San Vicente, esos sacerdotes donostiarras añaden que su objetivo es festejar así los «gloriosisimos triunfos obtenidos el diez y ocho de Junio ultimo» contra las armas del «Monstruo Napoleon»…
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Sin embargo la autoridad militar desplegada en el estratégico territorio guipuzcoano no daba por oficialmente terminada la campaña de Waterloo hasta bastantes días después. Así, sólo con fecha de 23 de julio de 1815, y avalado por la Diputación guipuzcoana, señalaba su general en jefe que los ejércitos franceses fieles al emperador que aún resistían en el Loira y en los Pirineos Occidentales, habían arriado la bandera tricolor y arbolado el pabellón blanco que los convertía, de nuevo, en leales tropas al servicio de la dinastía Borbón…
Pero ese comunicado tampoco iba a poner punto final a las operaciones militares en la frontera de los Pirineos.
En efecto, la rendición que anunciaban esas autoridades militares y civiles, era más teórica que real. Casi dos meses después de recibirse esas noticias, entre finales del mes de agosto y principios del de septiembre, las tropas españolas desplegadas tanto en tierra guipuzcoana como en la frontera catalana, entrarán en territorio francés.
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Para el ejército desplegado en Cataluña bajo mando de un general vizcaíno -el célebre, no siempre por buenas razones, Francisco Xavier de Castaños- esa entrada en Francia tenía como objetivo principal, aparte de sofocar postreras resistencias bonapartistas, contener todo avance en esa dirección del ejército austríaco que había marchado en territorio francés desde Italia.
En el caso de las tropas en territorio guipuzcoano se trataba de domeñar a la díscola guarnición de Bayona que, incluso en fecha tan tardía, hará un simbólico gesto de resistencia mientras ese ejército español avanza y se despliega por la provincia de Laburdi para asegurar su lealtad definitiva al rey Luis XVIII.
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Todo acabará sin apenas estruendo en los primeros días de septiembre de 1815, cuando esos últimos soldados napoleónicos quemen el puente que daba acceso desde Bidart a esa plaza fuerte de Bayona.
Con esa especie de suspiro histórico se desvanecía finalmente, y en tierras vascas, el sueño de gloria y sangre de ese Napoleón Bonaparte que en esos momentos era llevado prisionero a la isla de Santa Elena a bordo del Northumberland. Un navío de guerra británico...
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