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El improvisado cadalso que a toda prisa se había montado en el patio de la cárcel de Bergara en agosto de 1897.
La histórica ejecución con garrote vil en Bergara

La histórica ejecución con garrote vil en Bergara

El anarquista italiano que asesinó en 1897 en Arrasate al entonces presidente del Gobierno Antonio Cánovas del Castillo fue ejecutado por el verdugo más famoso del país

Antton Iparraguirre

San Sebastián

Jueves, 30 de noviembre 2017

«La libertad sin una autoridad fuerte e incólume, no es libertad al cabo de poco tiempo, sino anarquía». Esta fue una de las principales premisas políticas de uno de los mayores exponentes de la política española de la segunda mitad del siglo XIX, Antonio Cánovas del Castillo. Seguro que jamás imaginó que fuera asesinado precisamente por un anarquista mientras disfrutaba de sus últimos días de vacaciones estivales en el relajante balneario de un recóndito pueblo de Gipuzkoa. El magnicidio lo llevó a cabo un italiano que sería ejecutado pocos días después mediante el garrote vil en la cárcel de Bergara por el verdugo más famoso del país.

El asesinato

Tres tiros a quemarropa cuando leía la prensa en un balneario

¿Quién era Antonio Cánovas del Castillo? Nació en Málaga el 8 de febrero de 1828 y fue el 'alma mater' de una corriente política que hacía referencia a su apellido, 'canovismo'. Su ideario apostaba por una democracia inspirada en el modelo británico, aunque el político malagueño se caracterizó sobre todo por gobernar con mano dura. Se convirtió en el principal valedor de Alfonso XII y en el mayor artífice del sistema político de la Restauración. Prueba de su habilidad en las esferas del poder es que accedió siete veces al cargo de presidente del Consejo de Ministros.

Antonio Cánovas del Castillo

El 8 de agosto de 1897 Cánovas del Castillo abandonó San Sebastián tras ser recibido en audiencia por la reina regente, María Cristina de Habsburgo-Lorena para tratar temas de Estado. Decidió finalizar sus vacaciones estivales en el balneario de Santa Águeda, en Arrasate, famoso en aquella época por las cualidades medicinales de sus aguas sulfurosas. Era domingo y tras acudir a misa se sentó en un banco junto a la puerta de lo que ahora se llamaría un 'spa' para leer la prensa. Pese a su importante cargo no había cerca ninguna escolta, algo impensable en la actualidad tratándose de un presidente de Gobierno. Alrededor de la una del mediodía no notó nada sospechoso en la persona que se acercaba sigiloso hacia donde él se encontraba. De pronto, el desconocido sacó una pistola y efectuó, a sangre fría, tres certeros disparos a quemarropa: una bala causó al político malagueño una herida en la cabeza, otra en la yugular y la tercera en un costado. El asesino fue reducido por un teniente de la Guardia Civil cuando intentaba disparar por cuarta vez. Fue identificado como Michele Angiolillo, un anarquista italiano que, para no levantar sospechas, se había registrado en el balneario arrasatearra como corresponsal del periódico italiano 'Il Popolo'. La violenta muerte del presidente del Gobierno conmocionó a todo el país y Santa Águeda se hizo tristemente famoso en los periódicos nacionales e internacionales.

Precisamente, este asesinato fue una de las razones del rápido declive del balneario, e incluso del cierre de sus puertas por orden de la reina Isabel II. Al año siguiente el establecimiento fue adquirido por la orden de San Juan de Dios Benito Menni, quien transformó el emblemático edificio en un hospital psiquiátrico que en la actualidad sigue funcionando como tal.

Para entender las razones de este magnicidio hay que entender el convulso contexto político, económico y social en el que se produjo. Cánovas del Castillo fue el impulsor de un férreo y no muy ortodoxo bipartidismo en España. Se alternaban en el poder su Partido Liberal-Conservador, y el que lideraba su máximo rival político, Práxedes Mateo Sagasta, el Partido Liberal-Fusionista. Esto hizo que otras formaciones, como las socialistas y las anarquistas, quedaran marginadas por un sistema electoral vertebrado por un caciquismo amparado en un sistema oligárquico y centralista, y donde, además, la Iglesia tenía un gran poder económico, ideológico y social. No hay que olvidar, asimismo, que la revolución industrial que comenzaba a germinar en otros países europeos todavía era un espejismo en la España de finales del siglo XIX, por lo que la pobreza imperaba a lo largo y ancho de un país agrícola que a duras penas sobrevivía. Ante este despótico y desolador panorama las violentas reivindicaciones de grupos socialistas y anarquistas, en muchos casos por medio de atentados, fueron perseguidas y reprimidas con contundencia por parte del Estado.

Michele Angiolillo

El asesino

Un anarquista italiano movido por la venganza

Michele Angiolillo, nacido en la localidad italiana de Foggia el 5 de junio de 1871, mantuvo en todo momento tras su arresto 'in fraganti' que cometió el asesinato de Cánovas de Castillo en solitario. Subrayó que fue por venganza a la brutal represión que siguió a un atentado ocurrido el 7 de junio de 1896 en Barcelona. Ese día, un anarquista lanzó un artefacto explosivo al paso de la procesión del Corpus en la calle Canvis Nous. Doce personas resultaron muertas y medio centenar heridas. Una impacable e indiscriminada operación policial desembocó en el llamado 'Proceso de Montjuic'. Se encarceló a 400 sospechosos en el castillo de Montjuic. La mayoría de ellos sufrieron terribles torturas. Además, varios consejos de guerra condenaron a muerte a 28 personas –cinco de las cuales fueron ejecutadas– y a otras 59 a cadena perpetua. Unos sesenta procesados fueron declarados inocentes, pero se les deportó en el Sáhara español. El proceso, ordenado y supervisado por el propio Cánovas del Castillo, levantó una ola de protestas por todo Europa. En el Estado fueron lógicamente duramente reprimidas.

El autor del magnicidio mantuvo en el consejo de guerra que lo juzgó que había actuado en solitario, pero hay quien vio conexiones de Cuba y Estados Unidos

Cuando comenzaron las redadas policiales Angiolillo, que era tipógrafo de profesión, se encontraba en Barcelona y fácilmente podía haber sido condenado por sus artículos subversivos a favor del movimiento anarquista. Por eso huyó a Italia y luego a Reino Unido. En la capital británica conoció los relatos de los torturados en Montjuic y las condenas impuestas por el atentado de la Ciudad Condal. Con el objetivo de vengarse por la suerte de sus compañeros de ideología, supuestamente compró la pistola con la que asesinaría a Cánovas del Castillo un año después en el balneario de Santa Águeda.

El consejo de guerra

Posteriormente salieron a la luz versiones periodísticas que apuntaban a que Angiolillo pudo no actuar en solitario, sino también alentado por insurrectos cubanos que luchaban desde Europa contra España para lograr la independencia. Cierto o no, el fallecimiento del político malagueño sí facilitó la independencia de la isla y la pérdida de las últimas colonias durante el 'Desastre de 1898'. Asimismo, hay quien ve una conexión con Estados Unidos, país que tenía grandes intereses económicos y geopolíticos desde La Habana.

Una silla con el garrote vil

La ejecución

Muerte por garrote vil en un improvisado cadalso en la cárcel de Bergara

Tras un juicio sumarísimo, el 20 de agosto el anarquista Michele Angiolillo fue ejecutado en Bergara mediante garrote vil por el entonces verdugo más famoso de España. Se trataba de Gregorio Mayoral Sendino. Quedan siete placas fotográficas que dan testimonio de ello, junto a los cientos de artículos que aparecieron a partir de ese día en la prensa nacional e internacional.

Gregorio Mayoral había llegado un día antes a Bergara, en una húmeda tarde de agosto. Su presencia en la localidad no pasó desapercibida para sus vecinos. Se bajó del ferrocarril de vapor y fue escoltado por una pareja de la Guardia Civil hasta la cárcel, donde se quedaría a dormir. Gregorio Mayoral nunca pernoctaba en fondas y pensiones, ya que las consideraba caras y tampoco era bien recibido en las mismas por su oficio. Prefería la soledad del duro camastro de las prisiones, libre de miradas reprobatorias. Los bergareses observaban en silencio el impasible caminar de un hombre más bien bajito y regordete, con un rostro cetrino, barba descuidada, gorra calada hasta las cejas, pantalón de pana y zamarra que parecia más de un labrador castellano que de un funcionario de Justicia. En una mano portaba su inseparable maletín negro. De aspecto siniestro, en su interior llevaba su amenazador aparato mortal. Más de un vecino se santiguó temeroso al ver pasar a semejante foráneo.

A las once de la mañana de ese 20 de agosto el verdugo burgalés subió los doce peldaños del improvisado cadalso que a toda prisa se había montado en el patio de la cárcel de Bergara. Se encontró cara a cara ante un pálido Michele Angiolillo que ya estaba sentado en la tétrica e incómoda silla. Colocó con pericia y serenidad los hierros de la mortal argolla y apretó el mortal tornillo. Se dice que poco antes de su último aliento el preso gritó ¡Germinal! (naceran otros nuevos). Cuando finalizó su labor cubrió el rostro del ejecutado con un paño negro y abandonó el recinto como si nada. Lo que es la vida, la celda en la que el anarquista italiano fue confinado ocupa hoy día un recinto del local del Gaztetxe, por lo que la historia del magnicidio es conocida por los jóvenes de la villa mahonera. Todos los años, al cumplirse el aniversario de la ejecución, un grupo de personas coloca rosas rojas en su tumba del cementerio de la localidad.

Gregorio Mayoral Sendino

El verdugo

Gregorio Mayoral, 'El abuelo'

¿Quién era Gregorio Mayoral Sendino? ¿Cómo llegó a ser verdugo y por qué se convirtió en el más famosos de España, con más de 60 ajusticiamientos a sus espaldas?

Nació en la localidad burgalesa de Cabia el 24 de diciembre de 1861. Su familia tenía muy pocos recursos y se vio obligado a emigrar a la capital, donde tampoco le fue muy bien. Desde muy joven tuvo que ganarse la vida con muchos oficios, pero pocos beneficios. Gregorio Mayoral fue pastor, zapatero, peón y hasta se apuntó al servicio militar para intentar escapar de la pobreza. Con ese mísero panorama, y con su anciana madre a su cargo, en 1890 un letrado amigo de sus progenitores le informó de que había quedado vacante un empleo en la Audiencia de Burgos. Le subrayó que estaba muy bien pagado: 1.750 pesetas al año, más dietas para gastos de viaje. Aunque su madre le pidió encarecidamente, y hasta llorando, que no lo hiciera, se presentó para el puesto de verdugo. Ganó la plaza frente a otros candidatos gracias a que había servido en el Ejército. Tuvo así en sus manos por primera vez el que fuera un temido y odiado instrumento utilizado en España desde 1820 a 1978 para ejecutar a los condenados a muerte.

A través de entrevistas a periódicos y escritores, se sabe que Gregorio Mayoral siempre asumió su oficio con naturalidad, sin que le provocara problemas de conciencia ni le quitara el sueño. Insistía en que se limitaba a cumplir órdenes y que más grave era la sentencia que el cumplimiento de la misma.

«No hace ni un pellizco, ni un rasguño, ni nada. Es casi instantáneo. Tres cuartos de vuelta y en dos segundos...»

Gregorio Mayoral Sendino

Su bautismo con el garrote vil en solitario, sin la ayuda del que fuera hasta entonces su maestro Lorenzo Huertas, de la Audiencia de Valladolid, se convirtió en un completo desastre. La mujer a la que debía ajusticiar se revolvió con tanta fuerza en la silla del patíbulo que rompió las amarras y lanzó por los aires al cura encargado de tranquilizar su alma de un puntapié. Todo esto provocó las carcajadas y burlas del morboso público. Abochornado por lo ocurrido, Gregorio Mayoral se percató rápidamente de que debía introducir una serie de mejoras tanto en el mortífero instrumento como en su técnica al utilizarlo. Feliz con sus progresos técnicos, aseguraba que los avances que ideó humanizaban el cumplimiento de la pena capital y, además, le permitían ser el más rápido y diestro con lo que cariñosamente llamaba «la guitarra». «No hace ni un pellizco, ni un rasguño, ni nada. Es casi instantáneo. Tres cuartos de vuelta y en dos segundos...». Esto es lo que explicaba a quien quería escucharle sobre su oficio mientras mostraba gráficamente con sus manos gruesas y fuertes cómo utilizaba el collar de hierro que por medio de un tornillo retrocede hasta matar al reo por asfixia.

Era tan metódico que hasta llegó a probar en su propio cuello el corbatín de hierro. Su mayor preocupación era evitar sufrimientos innecesarios a los ajusticiados. «Con la música a otra parte», decía impasible tras finalizar una ejecución. Colocaba su «guitarra» en su manoseado maletín azabache y más tarde escribía en una libreta de tapas también negras cómo era el reo y cuál había sido su reacción .

Gregorio Mayoral estuvo casi cuarenta años desempeñando un oficio al que aún hoy día a muchos les removería el estómago y le provocaría negras pesadillas. Llevó a cabo casi un centenar de ejecuciones. No es de extrañar que gracias a su eficaz veteranía sus compañeros más jóvenes le llamaran «El abuelo». El campechano burgalés, que parecía más un vulgar labrador castellano que un funcionario del Estado, fue abucheado y apedreado por el vecindario en más de una ocasión tras una ejecución.

Gregorio Mayoral falleció en octubre de 1928, y no de forma violenta como las personas a las que ajusticiaba de forma mecánica e impersonal, sino de muerte natural. Vivía en una mísera casa del arrabal burgalés, estaba viudo y le cuidaba una nieta. El sueldo que tan alto le pareció cuando comenzó su carrera de verdugo nunca le sacó de la pobreza.

Su historia se hizo famosa muchos años después de su fallecimiento. Los directores Rafael Azcona y Luis Berlanga se inspiraron en Gregorio Mayoral para rodar en 1963 su legendaria película 'El verdugo', con el inolvidable actor Pepe Isbert como protagonista.

Si tienes la oportunidad de ver la película quién sabe si empatizas un poco con Gregorio Mayoral. Jean Paul Sartre decía: «A los verdugos se les reconoce siempre. Tienen cara de miedo». Paradojas de la vida, era la inevitable sensación de angustía del reo a ajusticiar antes de morir y, además, reflejado en el rostro del hombre que le quitaba la vida con el argumento de que cumplía la ley.

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