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El biólogo Edward O Wilson falleció hace un mes. Naturalista experto en el comportamiento social de los insectos, impulsó la Sociobiología. Esta disciplina sugiere que la conducta social animal, incluida la humana, tiene una base biológica, lo que le acarreó críticas y amenazas de colegas ... partidarios de la ingeniería social desde sus ideologizadas poltronas universitarias. Su obra científica fue prolífica. Esta columna, tributo a Wilson, resume el último capítulo de su delicioso libro 'Genesis', una síntesis de su idea sobre la evolución humana. Ahí va.
Un gran número de especies animales evolucionó sobre la Tierra durante 400 millones de años solo para extinguirse o ser reemplazadas por sus descendientes. Solo una ha alcanzado el nivel humano de inteligencia y organización social. El evento crítico del origen de la humanidad sucedió hace 8 millones de años cuando una especie única de mono se separó en dos: una desembocó en el chimpancé y el bonobo; la otra dio origen al actual Homo (H) sapiens.
El antecedente humano más antiguo se remonta a 4.4 millones de años. Es el Ardipitecus con rasgos primates y humanos para desenvolverse en árboles y en tierra. De él surgió el australopitecus, más parecido a los actuales humanos: bípedo de pelvis adelantada y brazos más cortos. Hace unos 2.5 millones de años llegó H. habilis, la primera especie del género Homo y un hito en la evolución humana. Era bípedo, podía otear el horizonte y era hábil con las manos para manipular objetos y crear instrumentos cada vez más sofisticados para obtener nutrientes y dominar el fuego. Su hábitat pasó de la selva a la sabana, con vegetación más abierta que los bosques, y su dieta contenía carne. Esta pauta conductual fue perfeccionándose con H. erectus, cuyo volumen cerebral superaba al del habilis (600 cc vs 900 cc). Ahora podían acceder a comida rica en calorías y de fácil digestión, lo que facilitó la decisión de asentarse en campamentos y mientras unos salían a cazar, otros cuidaban de la prole familiar. Había nacido la cooperación y la división de labores, una demostración de inteligencia social. Este ecosistema propició un rápido incremento del volumen cerebral que culminó en los 1.400 cc de H. sapiens y neandertalis (y la aportación del lenguaje). Carne, fuego, cocina y campamento son los pilares básicos de la eusocialidad.
Los grupos aumentaron de tamaño y las relaciones se hicieron más complejas. A mayor tamaño grupal, mayor innovación y complejidad cerebral. El conocimiento colectivo se deteriora más lentamente y la diversidad cultural se preserva mejor. Hay consenso entre los paleontólogos de que el origen de nuestra especie y el masivo banco de recuerdos cerebral que la caracteriza, se forjaron a la luz de una hoguera en la sabana africana. Las charlas de campamento de los primeros Homo pueden recrearse a partir de conversaciones de tribus que aún viven como cazadores-recolectores. La antropóloga P Wiessner lo estudió en los !Kung del sur de África. De día hablan de asuntos económicos (recolecta de alimento o distribución de recursos) y la charla nocturna gira en torno a mitos e historias, con cantos y bailes. Los ancianos cuentan las historias y son los líderes de la tribu. Es probable que exista una fuerte selección social para el correcto manejo del lenguaje para narrar historias, recordar hechos y transmitir emociones y mensajes esenciales para la supervivencia de la tribu, como los relativos a fuentes de alimentos y forja de alianzas.
El tamaño cerebral, la inteligencia y el tiempo dedicado a socializar han aumentado en paralelo. El psicólogo R Dunbar lo analizó midiendo tres variables: volumen craneal, tamaño del grupo y tiempo dedicado a despiojarse, un acto social en primates. Encontró que a mayor tamaño del grupo, mayor volumen craneal y más duración del despioje. El tiempo social ha pasado de una hora diaria en los primeros Homo a cinco horas en los modernos sapiens. La pandemia nos ha restado tiempo para socializar en persona, pero lo recuperaremos.
Un inciso: Richard Leakey, paleóntologo, político y ecologista keniano falleció poco después que Wilson. Él descubrió el 'niño de Turkana', un esqueleto casi completo de H erectus.
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