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El trayecto entre Beasain y Donostia se puede realizar, en coche, en unos 30 minutos. Pero no todos disponen de un vehículo particular y carné de conducir o, aun teniéndolos, ya no se ven con la confianza suficiente para recorrer esos poco más de 40 kilómetros por una congestionada N-I. Pretender hacer este trayecto entre Goierri, comarca que alberga algunas de las principales empresas tractoras del territorio, y la capital en transporte público se ha convertido en una «odisea», «aventura» o un «desafío» para quienes necesitan desplazarse a diario para ir a la universidad, al trabajo o a una revisión al Hospital Donostia.
La de Goierri es la única comarca de Gipuzkoa que no dispone de un servicio público por carretera y sus habitantes tienen que recurrir al servicio de Cercanías de Renfe que, desde mayo, ha visto reducidas en un tercio sus frecuencias y en los últimos meses acumula contratiempos, como el descarrilamiento de un tren este viernes en Astigarraga, y que mantuvo el tráfico ferroviario cortado 8 horas entre Donostia y Hernani. Las obras de la línea de alta velocidad han «acarreado incidencias y retrasos», se quejan varios goierritarras. Lo hacen a través de las cartas que envían a este periódico, en las que reclaman un servicio de autobús que les conecte con Donostia, y lo hacen a pie de estación, adonde ha acudido DV para acompañar a algunos ciudadanos en sus múltiples combinaciones entre vehículo particular, tren y autobús para llegar a Donostia. Este es el relato del desplazamiento entre la villa vagonera y San Sebastián realizado un día de labor esta semana. Spoiler: tardamos casi hora y media.
Son las seis de la mañana y la estación de Beasain todavía está desierta. La mejor forma de amenizar la espera y combatir el sueño hasta que llegue el tren es con un café en el bar de enfrente. «Se nota mucho la reducción del servicio de tren», señala una de las camareras mientras sirve un cortado. «Mucha gente que antes pasaba a tomar el café ya no lo hace porque ya no tienen la tranquilidad ni el tiempo que tenían antes. Algunos todavía lo piden para llevar pero, en definitiva, se nota», lamenta mientras echa un vistazo a la televisión. Casualmente, el tema del que hablan es uno similar, el «caos ferroviario» que hay en Madrid. «Bueno, se ve que en otros sitios también hay líos».
Ya son las 6.15 horas, y comienza a haber más movimiento en la terminal. «¿Hoy llegará puntual, no? Que tengo cita médica», pregunta un vecino a una empleada de la estación, algo nervioso, porque según comenta la gente, las incidencias son «habituales». «A ver si hoy hay suerte, porque ayer suspendieron el primer tren», asegura Xuban, que estudia en el barrio donostiarra de Gros. «Entro a clase a las ocho y no suelo tener problemas con la puntualidad, menos en los días en los que no llega el primer tren», explica antes de juntarse con el resto de compañeros con los que realiza el trayecto.
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A las 6.27 horas llega un autobús Goierrialdea, que acerca a los vecinos de otros municipios hasta la parada más demandada, la de la estación de Renfe en Beasain, y en un abrir y cerrar de ojos la estación se llena. Por culpa del madrugón algunos están más despiertos que otros, pero todos están pendientes de la pantalla que indica la hora de llegada del tren. Es el tema de conversación. «A veces nos suprimen los trenes, otros días llega uno muy pequeño que hace que tengamos que ir todos de pie como sardinas en lata... Antes, al menos, teníamos trenes semidirectos con mayor frecuencia, pero ahora hay menos frecuencias», se quejan dos usuarias que llegan a Beasain desde Lazkao en autobús. Su viaje no ha hecho más que empezar y, si algo queda claro, es que cada uno se organiza como puede para llegar a Donostia. «A diferencia de otras comarcas, aquí no tenemos un bus directo para ir a San Sebastián. Tampoco hay un servicio de Topo. El único transporte público es el tren de Cercanías, y últimamente el servicio ha empeorado. No nos queda otra que organizarnos como podemos», lamenta Maite.
Cada cual combina las piezas de las que dispone: vehículo propio, autobús hasta la estación, tren, ayuda de familiares o compartir gastos con alguien que trabaje en Donostia. Eso sí, si una de estas piezas no encaja, es imposible completar el puzzle y llegar puntual al trabajo, a clase o a la cita médica.
6.35
La estación ya está llena, y todos dan gracias a que el tiempo acompaña. El termómetro alcanza los 15 grados y el cielo está despejado. «Esto, cuando llueve o hace más frío, no tiene color», advierten las lazkaotarras.
Son las 6.36, y ya se ven a lo lejos las luces del tren. «Hoy ha llegado, y encima puntual», celebra un hombre en voz alta, aliviado y con cierta sorpresa. Además, hoy viene el tren «grande», de doble composición, que cuenta con unos seis vagones, por lo que hay más asientos. Una vez dentro, se hace el silencio. Unos aprovechan para ponerse al día de las redes sociales, otros se pierden en un libro mientras algunos echan una cabezadita, tratando de recuperar parte del sueño perdido. A Iran-tzu el trayecto se le hace más ameno si va escuchando música. Esta estudiante de Deusto agradece que, en su caso, «al menos no tengo que hacer transbordo. Dentro de 50 minutos, si todo va bien, me bajaré en la estación Donostia, y no tardo nada hasta la universidad». Una pasajera que escucha la conversación se anima a compartir su plan de viaje: «Yo tengo la suerte de que una compañera de trabajo me recoge en Tolosa, donde me bajo, y me lleva hasta Donostia». El problema, coinciden, es que si el tren «no es puntual o, peor, no aparece, no tenemos más alternativa que esperar. Es un lotería. Luego nos dicen que usemos el transporte público, pero a más de uno le animaría a que haga uso de este servicio durante una semana, a ver qué le parece».
7.05
Llegamos a la estación de Tolosa y la gente baja corriendo las escaleras. Todos salen disparados rumbo al autobús. Son casi las siete de la mañana y la única señal de vida viene del desfile de goierritarras que camina hasta la plaza de toros del municipio. La caminata no dura más de 5 minutos, pero hay que hacerlo a ritmo ligero, porque el bus sale pronto y hay una cola de unas 70 personas esperando. En ese instante arrancan dos autobuses BU09, con destino al Hospital Donostia, para disgusto de quienes lo han perdido por un minuto. Otros hacen el último esfuerzo y se colocan al final de la fila de los que esperan al BU08, el autobús con destino al centro de Donostia pero que realiza sus primeras paradas en el barrio del Antiguo, destino de muchos estudiantes con los que compartimos viaje. Daniel, Ester y Aroa están contentos porque «parece que hoy vamos a llegar a clase puntuales». No pueden decir lo mismo todos los días, y aunque los profesores están avisados «no les hace gracia que lleguemos tarde. Es entendible, pero no depende de nosotros».
En ese momento se abren las puertas del autobús. Es tanta la cantidad de gente esperando a subir que hay más de un empujón. Los asientos se llenan enseguida y cuando parece que no cabe nadie más, ni de pie, se oye el grito del chófer: «¡Vayan para atrás!». La frase 'como sardinas en lata' no puede describir mejor la situación. No hay sitio para moverse. El autobús arranca, y Mikel es uno de los 'privilegiados' que ha conseguido sentarse. «Con el transporte público que tenemos en la actualidad, el viaje desde Beasain hasta Donostia dura hora y media; en coche, tan solo treinta minutos», critica. «Cuando el tren viene puntual no hay problemas, pero cuando no...», añade resignado.
Al cabo de pocos minutos el autobús se incorpora a la N-I. Ya son las siete de la mañana, hora punta en las carreteras, y la gente que va de pie se agarra fuerte a las barras de sujeción mientras observa cómo algún camión adelanta por nuestra izquierda a toda velocidad. Entonces, el autobús pega el primer frenazo, que hace que la gente se tambalee. Con el segundo, un poco más fuerte que el anterior, los pasajeros que viajan de pie casi caen unos sobre otros. «¡Dios!», gritan algunos.
Yolanda Zumeta, vecina de Tolosa, solía coger este autobús para ir a trabajar al centro de salud del Antiguo, pero han pasado unos meses desde que ha vuelto a coger su coche particular porque «las condiciones en las que vamos en este autobús son penosas y peligrosas». En comparación con el resto de gente que se mueve por la N-I «nosotros vamos sin cinturón y la mayoría viaja de pie». Por curiosidad, un día Yolanda decidió contar cuánta gente se subía en las paradas: «El otro día conté que se montaron unas 25 personas en una de las paradas de Villabona, y el autobús ya iba lleno. En el viaje de vuelta, unas 45 personas se subieron en las universidades». Así, confirma que «todos vamos apiñados, agarrándonos a la barra... Yo paso hasta miedo».
7.50
Cuando llegamos a la parada de las universidades se forma un pelotón a las puertas del autobús. Todos quieren ser el primero en salir y respirar aire fresco. Ha pasado casi hora y media desde que la mayoría de los viajeros ha iniciado el trayecto para llegar al trabajo o a clase. Son casi las ocho de la mañana y todavía no ha amanecido. Hoy, por suerte, Xuban e Irantzu han llegado a tiempo a clase. Pero no todos suspiran aliviados. Al menos, no todavía.
Daniel, Ester y Aroa tienen que hacer un último transbordo para poder subir la cuesta de Berio y así llegar a clase en Cebanc a tiempo. Los tres amigos corren hasta la parada de DBus, donde ya hay una larga cola esperando. El primer bus llega a tope y no hay sitio; menos mal que viene otro por detrás. Después de un trayecto en tren, otro en bus interurbano, y otro urbano, Daniel, Ester y Aroa llegan a clase. Ha sido un inicio de día largo, a la par que exitoso. Hoy han llegado a tiempo. Mañana, quién sabe.
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