Aprendí mi primera palabra japonesa a los cinco años. Una portada de la revista 'Muy Interesante' traía el dibujo de una ola colosal a punto de abatirse sobre un pueblo costero: 'Tsunami, la ola de la muerte'. Ningún conocimiento se graba como los terrores oceánicos ... en el cerebro de un niño playero, así que aprendí, y nunca olvidaré, que si el mar se retira de repente, debemos correr tierra adentro pero será inútil porque una muralla de agua nos aplastará a todos. Recuerdo otra portada de la revista 'Conocer': 'USA-URSS. ¿Quién apretará el botón?'. Crecí con el miedo nuclear, y cuando leí que Suiza tenía refugios antiatómicos para todos sus ciudadanos, me pregunté a qué carajo esperaba el lehendakari para repartir palas y mandarnos cavar. Nunca olvidaré los reportajes sobre la mosca tsé-tsé, que inocula la enfermedad del sueño, ni los cráneos perforados por los incas para extirpar tumores, ni las fotos de piernas y brazos desparramados por los árboles del monte Oiz, ni el mapa que publicaba el DV con el avance de la nube de Chernóbil (un día rozó nuestra ciudad y salí al balcón a echar una mirada rapidísima al cielo). Las revistas y periódicos de los 80 me proporcionaron una gama de espantos muy estimulantes para la imaginación: maremotos, guerras nucleares, trepanaciones, catástrofes aéreas, bolsas explosivas. A algunos adultos (!) les preocupaba la violencia de los videojuegos, pero freír monstruos con lanzallamas era nuestra terapia de relajación.
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