Borrar
Personal sanitario en la UCI del Hospital Donostia. LOBO ALTUNA
Personal sanitario del Hospital Donostia cuenta cómo fue atender a pacientes con coronavirus

«Vamos a acabar desbordados, si hay otro brote no aguantaremos sin que nos releven»

Personal sanitario del Hospital Donostia cuenta cómo fue atender a pacientes con COVID-19, la inseguridad que pasaron y los pensamientos que todavía vuelven de vez en cuando

Beatriz Campuzano

San Sebastián

Sábado, 9 de mayo 2020, 07:36

Han trabajado más horas de las que debían, han dado la mano a pacientes que estaban solos en los últimos momentos de sus vidas y han aprendido a afrontar una crisis sanitaria para la que no estaban del todo preparados. Siete sanitarios en activo, algunos prefieren no desvelar su identidad, cuentan cómo vivieron los primeros días con pacientes con COVID-19 en el Hospital Donostia, los miedos e inseguridades a los que tuvieron que hacer frente y lo necesario que fue trabajar en equipo y ser resilientes para salir adelante.

Todo cambió de la noche a la mañana. En sus relatos coinciden en que el inicio fue «caótico y estresante» porque no sabían cómo atender a los ingresados. «No nos habían preparado y tuvimos que aprender muy rápido», cuentan. La protección, en algunos momentos y plantas, ha sido o es todavía limitada y en zonas limpias del hospital se han producido contagios. Aun así son optimistas y destacan que si «hubiera un nuevo brote, estaremos mejor preparados». Sobre las consecuencias mentales y físicas que pueden desarrollar por haber vivido una situación como esta hay división de opiniones: hay quien considera que se necesita tiempo para ver cómo le ha afectado y otros que reconocen haber tenido pesadillas por las noches y ansiedad. Lo importante, recalcan, es que «después de esto todos seamos conscientes de que una buena sanidad pública es necesaria».

Los primeros días, sorpresa e incertidumbre

Nadie olvida el primer día de algo. Es una fecha concreta que no solo queda marcada en el calendario, sino también en nuestra mente. «Era una sensación extraña. Había mucho silencio por los pasillos, apenas había gente. Fue un poco caos al principio, pero luego ya todo se normalizó. Las primeras semanas se nos juntaron muchos pensamientos y emociones. Estábamos nerviosos y hablábamos mucho entre todo el personal sobre la situación, pero eso nos unió», se enorgullece ahora una sanitaria del edificio Gipuzkoa.

Dureza, incertidumbre y estrés. Así califican las primeras horas las profesionales de la salud. «Recuerdo al principio, cuando llegaban los primeros casos, que fue duro porque no estábamos formados para atender a este tipo de pacientes. Requieren muchos cuidados y hay que estar continuamente sometiéndoles a pruebas. Había veces que llegaba una persona hablando y que a las dos horas empeoraba. Hemos visto muchos cambios repentinos, pasaban de estar bien a estar peor e incluso fallecer en horas», relata una trabajadora de la Unidad de Cuidados Intesivos (U.C.I.).

«Había mucha incertidumbre, mucho estrés, mucho querer hacer bien sin saber muy bien hacia dónde remar. Y eso que somos una planta muy unida y esta situación creo que ha sido una prueba de fuego», valora Tania V., enfermera de la cuarta planta del edificio Amara, que acoge a pacientes COVID.

«Fue caótico y duro. No sabíamos ni cómo vestirnos ni cómo actuar ni cómo hacer las cosas bien»

Verónica Martínez, auxiliar de enfermería

Para Verónica Martínez, auxiliar de enfermería de la misma planta del edificio Amara, «la situación ha sido y es caótica. Ahora no tanto pero al principio fue muy duro. Recuerdo el primer fin de semana que trabajé de mañana y que no sabíamos cómo vestirnos, cómo actuar, cómo hacer las cosas bien. Si nuestro trabajo ya es de por sí muy duro y físicamente exigente, teníamos que añadirle el ir con un E.P.I. que casi no te deja respirar».

Equipos de protección

Si algo ha denunciado este colectivo es la escasa protección de la que han dispuesto. Ya son 821 los sanitarios de Osakidetza que están actualmente de baja por haber contraído el virus. Algunos han tenido acceso a equipos de protección individual a diario, sobre todo al inicio de la crisis, pero a medida que han pasado los días en algunas plantas y determinado días se han visto obligados a improvisar trajes con sudarios con los que suelen cubrirse los cadáveres, gorros variados y plásticos. Aún así consideran que en todo momento han tenido algo, «mejor o peor», para cubrirse.

Su área de trabajo era una zona limpia y, sin embargo, acabó con varios casos de coronavirus. «El edificio Amara y algunos plantas del Arantzazu son los que acogían a pacientes con COVID-19 o sospechosos de tenerlo. El de Gipuzkoa era la zona libre», explica una de las sanitarias. Dice que era una zona limpia porque al poco de que comenzaran a darse los primeros casos en Gipuzkoa en este «también empezaron a caer auxiliares y enfermeras». Sin una protección específica, más allá de una mascarilla quirúrgica al día, explica, siguieron atendiendo a pacientes de diferentes especialidades sin saber si eran portadores o no del virus.

Por estar en contacto directo con pacientes contagios en la planta cuarta del edifico Amara los médicos y enfemeros han contado con más protección. «Hemos pasado por diferentes fases. Al principio íbamos con batas impermeables, mascarillas CP2, gafas y guantes de caña larga. Cada vez que salíamos de una habitación teníamos que tirar el material y al entrar volver a vestirnos. Era inviable así que decidimos crear una zona sucia en la que poder estar con el traje sin tener que estar cambiándolo y minimizamos el número de enfermeras que entraban en las habitaciones. ¿Había riesgo de contagiarnos? Sí, pero había más al quitarnos el E.P.I. que al estar en una habitación con un paciente», detallan. En esta misma línea se expresa Tania V., que desempeña sus funciones en la cuarta planta del mismo edificio: «Siempre hemos tenido algún equipo de protección, mejor o peor, pero de lo malo creo que hemos salido bien paradas. Sé que nuestra jefa directa ha luchado mucho por nosotras en la 'guerra' del material para el COVID, y al final, y aunque a veces haya habido que racionarlo o hayamos tenido que pasar varias horas con él puesto para no tener que usar otro más adelante o en otro timbre, especialmente en los turnos de noches, creo que viendo el panorama que ha habido podemos sentirnos afortunadas».

Martínez, la auxiliar de enfermería de la misma planta que Tania, cuenta que trabajó «con la misma mascarilla cuatro días seguidos. Después se acabaron los EPIs y nos trajeron unas batas blancas de plástico imposibles de llevar. A los cinco minutos te daba una lipotimia. Más tarde trajeron las batas que estamos utilizando ahora que son lavables. Cada vez que las lavan les ponen una X. Se supone que al tercer o cuarto lavado ya no tienen la misma eficacia. Pero tenemos batas lavadas hasta siete veces, pero bueno, mejor eso que nada», se autoconvence.

«Nos hemos ido apañándo con lo que había, con objetos caseros tipo bolsas de basura, calzas para pies en la cabeza, plásticos…»

Otra compañera del mismo edificio narra que se las han ido arreglando con «el material que llegaba cada día. A veces era bueno y otras, peor. Es verdad que a día de hoy todo lo que llevamos dista muchísimo de lo que sería un E.P.I. perfecto, pero es verdad que muchas llevamos ahí desde el primer día y no nos hemos contagiado así que entiendo que es suficiente», relata. Hay también quien en la misma planta se muestra más crítica: «Hemos visto cómo los protocolos iban cambiando según órdenes del Ministerio de Sanidad y respondiendo al stock de material disponible. Pero viendo las informaciones y los estudios que había en otros países era evidente que trabajábamos con material inadecuado en la mayoría de los momentos, por lo que hemos ido apañándonos con lo que había, con objetos caseros tipo bolsas de basura, calzas de los pies para la cabeza...Luego venían del servicio de preventiva y nos decían que no podíamos trabajar con ese material porque no estaba homologado. Ante todo esto nuestra sensación de vulnerabilidad era mayor, y esto no ha ayudado nada a la hora de canalizar nuestras ansiedades y miedos, a la hora de afrontarlo todo. Entendemos que para todo el mundo ha sido difícil, que el desabastecimento en Europa ha sido generalizado, y que nadie está preparado para una pandemia mundial. Pero viendo lo que venía creo que alguien no actuó bien y lo hemos pagado los trabajadores con nuestra seguridad«.

Los días más duros

Ahora que parece que la situación se ha encauzado y que el número de fallecidos y contagiados desciende echan la vista atrás para recordar cuál fue el peor momento. «Ver que aun trabajando en la zona limpia nos estábamos contagiando. Seguíamos atendiendo a pacientes que no estaban ingresados por coronavirus pero sin saber si lo podían tener o no porque no se les realizaba la prueba. Veían a sus familiares pero aunque solo se permitía una visita no era siempre la misma persona y venían sin protección», rememora la sanitaria del edificio Gipuzkoa.

Para mí, pasar de tener una noche seis pacientes ingresados a volver la semana siguiente y ver que había unos cuarenta y cinco... eso me impactó», desvela una sanitaria de la Unidad de Cuidados Intensivos. Estar en primera línea no es fácil y si no que se lo pregunten a Tania V. que no olvida una de las «primeras noches con un paciente sedado y solo. Nosotras habitualmente vemos bastantes fases finales de vida, es algo habitual en nuestra planta pero estamos acostumbradas a que esté ahí la familia, a acompañar tanto al paciente como a familiares, a hacer que a pesar de todo ese final de vida sea lo más 'bonito' posible. Aquella noche se me rompió el alma allí estaba, solo. Me quedé bastante tiempo con él, agarrándole la mano, deseándole buen viaje y mirándole en silencio. No sabía qué más hacer. Alguna lágrima se me cayó, me sentía frustrada por no poder hacer un final de vida como creo que deben ser, como lo podemos hacer en circunstancias normales. A pesar de lo mal que lo viví yo, sé que la familia de aquel hombre está agadecida y aún con las circunstancias que fueron estaban contentos y agradecidos por cómo se les había tratado tanto a ellos como a su familiar.

«Se me rompió el alma de ver al paciente solo. Me quedé agarrándole la mano, deseándole buen viaje y mirándole en silencio»

Otras dos sanitarias también coinciden en la dureza de no haber podido acompañar a los pacientes todo el tiempo que les habría gustado en sus últimos momentos de vida. Una, por ejemplo, quiere citar a una familia que «nos pidió entre lágrimas si podían tocar a su padre. Les tuvimos que decir que no. El protocolo solo dejaba acercarse unos minutos y guardando una distancia mínima. Sentí muchísima impotencia y tristeza de ver cómo se tenían que ir y dejar a su padre morir solo». La otra se queda con la imagen de una «madre y una hija que murieron en la misma habitación con dos días de diferencia. Juntas hasta el último momento. Lo recuerdo como lo más duro porque estaban las dos mal. Se murió la hija, la madre pasó 48 horas de duelo y se murió. Esas muertes y finales de vida han sido lo peor».

Consecuencias: ansiedad y pesadillas

Todo pasa factura, pero depende de cada uno cómo le afecte. Los sanitarios manifiestan abiertamente haberlo pasado mal, han tenido dolores de cabeza, ansiedad y problemas para conciliar el sueño.

«Hemos vivido y estamos viviendo una situación de estrés brutal. Nadie se va a casa como un día más. La mayoría nos vamos con dolor de cabeza, tenemos pesadillas y nos cuesta dormir. Seguramente la situación vaya para largo, pero no importa. Solo importa que vamos a seguir al pie del cañón, aguantando lo que nos echen porque es nuestro trabajo y es nuestra vocación», dice rotundamente una profesional de la cuarta planta.

Las vueltas a casa tampoco han sido como las que acostumbran tras una jornada de trabajo. «Volvía un poco pasada, necesitaba mis ratos de estar sola y en trance y por supuesto sin hacer nada útil al volver del trabajo. Era como que toda la energía se quedaba en el hospital y al volver a casa solo había que comer, dormir y recargar pilas. Y al día siguiente empezar otra vez. Además sin querer ver la televisión, oír a nadie, porque al final hemos estado porque nos ha tocado, ni mérito ni nada, nos ha tocado», puntualiza otra sanitaria del edificio Amara.

Nadie duda de que han estado sometidos a mucha presión y que tarde o temprano padecerán las consecuencias. «Está claro que ha afectado, ha habido miedo y cuando volvíamos a casa no era un día más. Durante meses la situación ha sido extraña. Los primeros días hasta que el trabajo se asentó era un estrés continuo, tanto en el trabajo como fuera, ya que en los grupos de Whatsapp se sucedían las dudas, había muchas preguntas, algunas sin respuesta... Era un continuo releer de protocolos que cambiaban a diario». Afortunadamente, esta sensación en el ámbito laboral no duró mucho tiempo, pero entonces el problema llegó al entrar en casa «y ver las noticias, la reacción de miedo de otras personas, la incertidumbre general. Te contagiabas y aunque intentaras mantenerte al margen y que no te afectara, inevitablemente lo hacía. Lo hemos llevado lo mejor que hemos podido y sabido cada cual con su personalidad y sus circunstancias. También cambia mucho debido a la situación que cada uno tiene en casa. Hay compañeros que tienen personas mayores a su cargo, niños en casa y les ha cambiado la vida por completo. Hay profesionales que se han ido de casa para no contagiar a su familia».

«Ha sido un estrés brutal. La mayoría nos vamos con dolor de cabeza, tenemos pesadillas y nos cuesta dormir»

Tania V. define estos más de cincuenta días como un «día duro». Muchos, por no decir todos, han sido así. «Aún necesitaremos tiempo para saber cúanto nos ha afectado todos esto. Los primeros días casi todas soñábamos con el trabajo, seguíamos haciendo rondas o colocándonos el E.P.I. en sueños. Yo soy de buscar el lado bueno y me quedo con que a pesar del miedo, de la incertidumbre y de tener que andar ahorrando material, he sabido mantener el cerebro en su sitio y he podido dar apoyo y consuelo a pacientes que están solos, tristes y asustados y sobre todo que he podido sacar alguna que otra sonrisa a los pacientes a pesar de las circunstancias. Después de todo esto me siento un poco más valiente y un poco más fuerte que antes», se enorgullece.

Para otra sanitaria lo peor puede estar por llegar. No se sabe a ciencia cierta si se van a producir nuevos repuntes o cómo va a evolucionar la línea de contagios. Después de la presión a la que han estado sometidos algunos profesionales no creen que puedan seguir en la misma dinámica todo el año. «Somos humanos y vamos a acabar desbordados, hemos dado lo mejor de nosotros pero si hay brotes no vamos a poder aguantar al mismo ritmo. Tenemos que descansar y por ello creemos que lo mejor es que haya rotaciones entre los sanitarios que tratan al COVID y los que no».

El aprendizaje y la gratitud

A pesar de todos los pesares han aprendido de estas situaciones limite y los sanitarios del Hospital Donostia se quedan con eso. Con eso y con la unión que se ha creado entre los compañeros. «Creo que hemos hecho una piña importante y creo que en ese sentido la colaboración y el trabajo en equipo ha salido muy reforzado. Esto no se aprende en la universidad», reflexiona una enfermera. La capacidad que han tenido de cuidarse unos a otros también ha les ha «parecido espectacular. Creo que gracias a trabajar con la gente que he tenido alrededor he podido sobrellevarlo».

«Hemos visto que es un virus muy contagioso y que afecta a todas las edades. Lo que más duele es ver que hay gente joven en la Unidad de Cuidados Intensivos o que personas de sesenta años, sin patologías previas, lo están pasando realmente mal. Eso asusta», considera una sanitaria. Una idea similar destaca otra profesional que cree que «lo que hemos vivido sirve para el futuro. Ahora sabemos cómo actuar, qué patologías tienen y estamos preparados para lo que pueda venir. En la U.C.I. nos hemos dado cuenta de lo fundamental que es trabajar en equipo, saber que cuando entras en una habitación hay compañeras ayudándote».

«Esas miradas de los pacientes llenas de gratitud, de complicidad, esas lágrimas de emoción que se nos caían a todos en ocasiones»

Agradecen en primer lugar a todas las personas que han salido cada tarde a aplaudir. «Todos los ánimos que hemos recibido tanto de amigos, familiares, vecinos, incluso anónimos que donaban material, y toda la sociedad ha sido importantísimo. Nos han hecho ver que nuestro trabajo está muy bien valorado y nos ayuda a llevar mejor todo lo sufrido pero a la vez no queremos que caiga en el olvido después de la pandemia, ya que nos enfrentamos a situaciones muy desagradables también en el día a día. Esperemos que después de esto todos seamos conscientes de que una buena sanidad pública es necesaria».

«Cómo nos han tratado los pacientes, lo comprensivos que han sido en general y la forma de darnos las gracias al irse de alta. Esas miradas llenas de gratitud, de complicidad, esas lágrimas de emoción que se nos caían a todos en ocasiones. También ha habido cosas bonitas».

«Desde los sanitarios hasta las limpiadoras, que están teniendo un papel fundamental y en ocasiones son las grandes olvidadas. El aprendizaje ha sido por parte de todos, incluso de los pacientes, a los que estamos muy agradecidos por su paciencia. Y cómo no, nuestro agradecimiento más sincero a todas las donaciones que hemos ido recibiendo a lo largo de estas semanas, tanto en material de trabajo como en alimentación, tanto para los pacientes como para el personal», explican.

Enrique Esnaola: «El ser humano está preparado para mucho más de lo que imaginamos»

Si el COVID-19 ha supuesto un impacto emocional para cualquier individuo en general, para los sanitarios ha sido todavía mayor. Son los que han estado en primera línea de batalla atendiendo a los miles de pacientes que presentaban síntomas. Muchas veces lo han hecho sin la protección necesaria y exponiéndose al riesgo. Hoy, que la situación vuelve paulatinamente a la normalidad, es momento de conocer qué efectos puden tener en los profesionales de la salud la tensión a la que han estado sometidos. El psicólogo Enrique Esnaola considera que «muchos sanitarios han experimentado un cóctel compuesto por riesgo elevado de infección, falta de protección adecuada, aislamiento, incremento de la demanda de trabajo, fatiga relacionada con jornadas laborales más largas de lo habitual, falta de contacto con sus familiares y trato con pacientes que expresan emociones negativas. Todo ello puede generar, y de hecho ha generado, en algunos casos, perjuicios en la salud mental de los profesionales, especialmente de aquellos que han tenido un contacto más directo con los enfermos».

Dicha situación puede tener consecuencias a corto y largo plazo. De hecho, sanitarias del Hospital Donostia confesaban a este periódico vivir en una montaña rusa de emociones: «Había incertidumbre y miedo. Algunos compañeros se han ido más de una vez a casa llorando». En esta línea Esnaola explica que las «respuestas psicológicas más comunes son los cuadros de ansiedad y síntomas depresivos similares al Trastorno de Estrés Postraumático así como síndrome de 'burn out' que pueden afectar a la atención y a la toma de decisiones, así como al bienestar emocional. También se han dado casos en los que a pesar de las dificultades, los sanitarios responden de forma resiliente, demostrando una gran capacidad para gestionar el malestar en situaciones límite.

A largo plazo, en los casos en los que no haya una adecuada identificación y tratamiento de personas con sintomatología clínica podría haber una evolución a trastornos mentales. Una investigación reciente publicada por Huang y colaboradores con profesionales sanitarios que han tratado el COVID-19 en primera linea, demuestra que la incidencia de ansiedad en el personal sanitario fue del 23,1% y que fue mayor en el personal femenino. La incidencia de trastornos por estrés fue del 27,4%, la cual también fue mayor en el personal femenino».

-Ahora que la situación parece que se está encauzando, ¿qué efectos podría tener una vuelta al confinamiento más severo?

-En el caso de que se produjera una vuelta al confinamiento total se generaría una reacción emocional generalizada de desmotivación. Esta reacción se explica de forma sencilla, porque la motivación tiene relación directa con los objetivos a corto plazo. Se nos ha hecho más sencillo procesar el confinamiento con continuas prórrogas que si nos hubieran dicho que debíamos pasar más de 50 días aislados desde el principio. Si ese objetivo que predecimos alcanzar lo percibimos como cercano y ajustado al plan estipulado, la motivación se sostiene. Sin embargo, si el objetivo a corto plazo se convierte repentinamente en uno a largo plazo (por fuerza externas, lo que disminuye nuestra percepción de control sobre la situación), la motivación se desploma. Pero no todo son malas noticias, el ser humano tiene una capacidad sorprendente de adaptación. Y, tras un primer impacto emocional negativo, nos volveríamos a adaptar al confinamiento. Estamos preparados para mucho más de lo que imaginamos.

-¿Qué hacer para que esta crisis no pase factura al personal sanitario?

-Es importante estar conectado con uno mismo y no tener miedo a pedir ayuda. Y con ayuda me refiero desde el apoyo social con nuestros círculos de confianza hasta la ayuda profesional sanitaria. Tenemos que dejar de asociar la vulnerabilidad con la fragilidad o la debilidad. Todos y todas somos vulnerables. En el plano preventivo, los hábitos saludables, el disfrute de nuestras relaciones íntimas, el ejercicio físico o reir han demostrado tener un efecto tan positivo como lo puede tener un antidepresivo en nuestra salud mental. En este sentido, la atención plena (mindfulness) también es una práctica sencilla que está relacionada con una mejora de la salud mental, la salud física, un mejor sistema inmunitario o una mejora de los procesos cognitivos como la atención o la memoria.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariovasco «Vamos a acabar desbordados, si hay otro brote no aguantaremos sin que nos releven»