Laboratorio que procesa pruebas de Covid-19. EFE

Ignorancia deliberada

El ser humano desea saber por naturaleza y, sin embargo, mucha gente opta ser ignorante. Frente a la osadía de la ignorancia está el ¡atrévete a saber! que impulsó la Ilustración

Sábado, 26 de septiembre 2020, 13:23

La ignorancia es más variada que la sabiduría. La forma más habitual es la que nos afecta sobre asuntos que no son de nuestra competencia. Es el acicate de la curiosidad, motor del conocimiento, y se cura a base de aprendizaje. Otras veces es voluntaria, ... algo difícil de entender porque la ignorancia se valora como un estado mental indeseable que provoca ambigüedad e inquietud. Decía Aristóteles que el ser humano desea saber por naturaleza. Entonces, ¿por qué tanta gente opta por ser ignorante? Hay muchos motivos, algunos inocentes, otros indecentes. El primero es evitar potenciales malas noticias, como el diagnóstico de una enfermedad incurable. Cuando James Watson, descubridor de la estructura del ADN, secuenció su genoma, no quiso saber su predisposición a sufrir alzheimer por la falta de tratamiento preventivo. Un 90% de la población prefiere ignorar el futuro de su salud, a menos que la información sirva para tomar decisiones vitales o existan terapias preventivas o curativas. Es un dato relevante pues el avance tecnológico, en especial en genética, permite establecer pronósticos de este tipo, si bien con una fiabilidad parcial para la mayoría de dolencias. Sin embargo, los garitos de adivinos están a rebosar. ¿El amor y el dinero asustan menos que la salud?

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Otra razón es mantener el suspense. Un tercio de padres no quiere saber el sexo de su hijo, a pesar de realizarse ecografías o amniocentesis. La sensación agradable de la sorpresa supera la ventaja de conocer y planificar. A veces se debe al compromiso. Es el caso de personas que participan en proyectos con atribuciones complejas para las que no están preparadas y las aceptan por ayudar, en base a una relación de confianza plena en sus socios. Deberían saber, pero confían y cuando las cosas se tuercen... Un tipo especial es la ignorancia deliberada, un concepto jurídico que define la situación de quien pudiendo y debiendo conocer la naturaleza de un acto, se mantiene en una situación de no querer saber. Puede ejercerse con ánimo doloso o sin intención de causar perjuicio, al menos a priori. Es el «yo no sabía nada», «no se podía saber con los datos disponibles en aquel momento» y pretextos similares a los que se recurre como argumento exculpatorio de una decisión o conducta, barnizándola con una pátina de autoengaño irresponsable. Es recurrente en política, corrupción y desastres. Paradójicamente, la ignorancia deliberada es deseable en el ámbito judicial para mantener la imparcialidad, ya que conocer los antecedentes de un sujeto que va a ser juzgado influye en la sentencia. Su análogo en la esfera social son los prejuicios que condicionan la reputación de una persona.

Por último está el negacionismo irracional. Ignorar por no aceptar que tu convicción es errónea. Es la base del creacionismo, del diseño inteligente, del terraplanismo y de la negación del Holocausto, el cambio climático o la actual pandemia. Que alguien crea que la tierra es plana, que el mundo se creó en 7 días o que Elvis vive es irrelevante, pero negar la pandemia y no seguir las recomendaciones sanitarias es un peligro para la salud pública, pone en riesgo vidas humanas y debe ser castigado. Es indignante ver a médicos negando el Covid-19 y encabezando protestas contra el uso de mascarilla. ¿Han olvidado sus conocimientos de fisiopatología? Tal vez nunca los tuvieron porque estos iluminados son también los cabecillas del movimiento antivacunas o promedicinas pseudocientíficas que mueven negocios millonarios, a veces con apoyo de la Administración. Parafraseando al político y activista cívico Patrick Moynihan, todo el mundo tiene derecho a sus opiniones, pero no a los hechos. Nada justifica crear hechos alternativos, origen de noticias falsas y teorías conspirativas que nutren el populismo. Un subtipo es la ignorancia de botellón: jóvenes (y no tanto) que desprecian al virus por sentirse invulnerables (que no lo son) y siembran su entorno familiar de contagio y muerte. La ignorancia es osada y su antídoto es el ¡atrévete a saber! que impulsó la Ilustración.

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