Adriano Rodoni, presidentísimo de la Federación italiana durante medio siglo, estaría de acuerdo con el director de la Itzulia: el ciclismo femenino también le parecía una moda impostada, algo a lo que le obligaban, un incordio. Cuando Italia organizó los Mundiales de 1962, le dio ... un poco de apuro no presentar una selección de mujeres y preguntó si había por ahí alguna que supiera girar los pedales. Convocaron por carta a Florinda Parenti, una chica de 18 años que vivía en Bélgica, hija de emigrantes italianos, que competía con las belgas y a veces les ganaba. Parenti corrió el Mundial con otras cuatro italianas, sufrió una caída y terminó decimoséptima. Al año siguiente se impuso una y otra vez a las mejores ciclistas europeas, Reynders, Gaillard, Jacobs, incluso las batió en el mismo circuito de Ronse donde se disputaría el Mundial de 1963. Soñaba con el oro. Pero a Rodoni ya no le dio la gana inscribir a mujeres. Ni siquiera cuando ellas insistieron en pagarse viajes y alojamientos. Parenti perdió sus mejores años sin optar a las medallas y, cuando por fin consiguió el permiso, en su última temporada, fue quinta en Nürburgring.
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Parenti tiene 79 años, salía en bici hasta que hace poco la operaron de una rodilla, pero aún confío en que podamos invitarla a pedalear en un escenario donde pudo haber sido campeona: el velódromo de Anoeta, construido para los Mundiales de 1965, en los que no participó porque a un señorísimo no se le puso en la punta.
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