![El árbol de la ciencia: Implantes cerebrales](https://s3.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/202210/22/media/cortadas/77361767-kBdC--1248x770@Diario%20Vasco.jpg)
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Un equipo de científicos de la Universidad de Stanford ha trasplantado neuronas humanas al cerebro de ratas recién nacidas y ha logrado que el tejido cerebral implantado madure, se integre e influya en el comportamiento de los animales. El avance abre una nueva ventana para ... estudiar las enfermedades psiquiátricas, pero plantea espinosas cuestiones bioéticas«. Así comenzaban los artículos de prensa que se hicieron eco del estudio. ¿Realmente es para tanto?
¿Qué se hizo? Los investigadores implantaron minicerebros (conglomerados de millones de neuronas con cierto grado de organización semejante a un cerebro) en la corteza somatosensorial (región que recibe y procesa información táctil) de ratas recién nacidas. Las neuronas humanas se integraron con éxito, tal y como demuestra su activación al tocar el bigote del animal. Además, las ratas aprendieron. Para demostrarlo emplearon la optogenética, una técnica que permite activar o desactivar neuronas mediante la luz gracias a la introducción previa de genes de algas sensibles a la luz en dichas neuronas. Tras entrenar a un grupo de ratas a lamer un tubo cuando querían beber, vieron que la activación de las neuronas humanas con haces de luz inducía al roedor a chupar el tubo. En resumen, las ratas captan la sensibilidad y aprenden activando las neuronas humanas. ¿Es novedoso? Sí. Hasta ahora se habían trasplantado neuronas humanas a roedores adultos cuyos circuitos neurales están ya formados, de modo que las neuronas implantadas no podían participar en la regulación del comportamiento. En el presente estudio, las neuronas humanas se implantaron en ratas recién nacidas con circuitos neuronales en formación y, por lo tanto, podían conectarse y modular su conducta.
¿El estudio abre una ventana al estudio de enfermedades psiquiátricas y neurodegenerativas? Sí, el modelo es una herramienta valiosa, en especial para estudiar la evolución de los cambios neuronales en patologías de la maduración cerebral y para probar fármacos. De hecho, ya se está validando en personas con síndrome de Timothy que cursa con arritmias y síntomas del espectro autista. No obstante, el ambiente en el que se desarrollan las neuronas implantadas es el de la rata, muy alejado del humano, lo que limita su utilidad. Otros progresos han fracasado por esta razón. Por ejemplo, la inserción de genes causantes de enfermedades neurológicas humanas en un roedor proporciona un modelo transgénico de la dolencia. Hasta la fecha ninguno de ellos ha servido para desarrollar ni predecir el éxito de futuras terapias. Extrapolar que de este modelo surgirán descubrimientos revolucionarios para algunas dolencias cerebrales es tan excitante como arriesgado.
¿El avance plantea espinosas cuestiones éticas? Todavía no. La única posible a corto plazo es su empleo en primates, una línea roja que algún desaprensivo podría cruzar. No obstante, alguien podría pensar que se abre la puerta a estudios y terapias para mejorar las funciones cognitivas humanas y que deben dictarse leyes que nos protejan. Sin embargo, es muy improbable que estrategias similares mejoren capacidades complejas, como la inteligencia, el lenguaje o el cálculo. Y a coste cero. No parece razonable que una persona sana acepte el riesgo de implantarse un pelotón de neuronas que portan genes que se activan o inactivan con ciertos espectros de luz con el fin de mejorar alguna habilidad mental simple. Por último, preocupa si estos animales tendrán status moral en algún momento. Otorgar status moral a un ser vivo lleva parejo tener conciencia. La conciencia es una propiedad emergente de la interacción de complejas redes neuronales no bien definidas. Es un misterio. Delfines, elefantes, córvidos, primates homininos y humanos son los pocos animales que parecen tenerla. Es muy improbable que incluso el implante de más neuronas en más áreas cerebrales dote al animal de conciencia ni de status moral. Por cierto, en el experimento participó el neurocientífico Karl Deisseroth, padre de la optogenética y futuro Premio Nobel. No solemos fallar.
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