Iker se ha marcado una rutina estricta. «Me he puesto el mismo horario que si fuera a trabajar. Todos los días hago al menos una hora de ejercicio, después desayuno y luego me dedico a mirar historias clínicas y a estudiar». Aunque no puede estar con sus pacientes, lo que en el caso de un fisioterapeuta es bastante necesario, sí se mantiene en contacto con ellos. «No podemos atenderles a no ser que sea una urgencia, y aun así tampoco podemos porque no tenemos equipos de protección. Algunos donamos nuestras mascarillas y guantes a la red pública y ahora nos van a proveer de material pero no sabemos cuándo», afirma. Atiende a sus pacientes por teléfono. Les da consejos y les explica los ejercicios que deben hacer, más que nada para que no vayan a peor, que no es raro que ocurra en un encierro que parece no tener fin. Iker aún no se ha sacudido de encima la sensación que tuvo cuando cerró las puertas de su consulta obligado por las circunstancias. «Me parecía que les dejábamos en la estacada, se pasa muy mal. Cuando quieres atender a alguien y no puedes sientes mucha impotencia», confiesa.
Hace un recuento de casos. «Hablo con una persona que tenía ciática e iba mejorando pero ahora se ha quedado anclada, así hay varios», dice. «También tengo una paciente que nos dice que no evoluciona más porque necesita que le hagamos una manipulación y eso no puede ser», añade. Las distancias de seguridad están reñidas con los fisioterapeutas, no pueden hacer mucho más que dar consejos y mantener de alguna manera tratamientos «que se han tenido que interrumpir». «Lo que se pretende es que no retrocedan», afirma Iker.
Lo difícil es lograrlo. «El cuerpo hay que moverlo, está diseñado para eso», insiste el fisioterapeuta donostiarra. Por eso les dice a sus pacientes «que anden en casa, que hagan ejercicios, que estén continuamente moviéndose». Lo que no tienen que hacer es caer en las trampas que ofrece una vivienda cuando no hay más remedio que pasar los días confinado en ella. «El sofá es un enemigo atroz, para un rato son muy cómodos pero cuando alguien se tira tres o cuatro horas sentado en él comienza a tener problemas musculares», advierte.
No es fácil mantener la forma cuando se teletrabaja en sillas que serán confortables un rato pero que con el paso de los días hacen añorar a las ergonómicas de las oficinas. Es complicado cuando el trayecto entre el trabajo y el sofá es de unos pocos metros, la distancia que muchos recorren día tras día, su único ejercicio. Todo esto pasará factura cuando nos libremos del coronavirus. Llegarán entonces los males del confinamiento.
Deportistas rotos
«En casa estamos incubando otro tipo de patologías», asegura Iker, que se muestra convencido de que «cuando salgamos habrá un repunte importante de dolencias de enfermos crónicos y de gente que no se ha movido en casa». Acabado el virus, será la hora de las tensiones musculares y los problemas articulares. Nuestro cuerpo, acostumbrado a la engañosa vida del sofá, la nevera y los bizcochos, protestará en cuanto lo empecemos a mover y nos lo hará pagar. «Nos podemos encontrar con pacientes de dolor crónico que han empeorado por falta de movilidad y por el estrés y la ansiedad que genera el hecho de estar confinado, que provoca un mayor nivel de dolor».
Y no solo eso, porque en cuanto podamos salir al exterior para algo más que hacer las compras o trabajar (eso los que pueden), más de un corredor querrá recuperar el tiempo perdido y se pondrá a quemar baldosas con sus zapatillas. «También vamos a tener un efecto rebote en las lesiones deportivas», pronostica Iker Aguirre. «Habrá muchos que saldrán de golpe después de haber estado parados en casa y si empiezan a un nivel más alto del que deberían se pueden romper». Hay que estar preparado para cuando llegue el momento y las calles comiencen a llenarse de seres humanos pálidos y oxidados. Por eso, mientras da vueltas a la mesa de la cocina, Iker insiste en ofrecer consejos para que el aterrizaje sea lo más suave posible. «Hay que moverse y también recomiendo a la gente que haga meditación cuando está nerviosa, porque la ansiedad, el hecho de querer salir y ver a la familia, o pensar en los ingresos que se han dejado de tener es un suma y sigue», recalca.
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