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Junio de 1988. Un voraz incendio desatado en el hostal José Mari en pleno centro de Donostia acabó con la vida de cinco personas. Otras 80 pudieron ser rescatadas de las llamas antes de que el edificio se redujera a escombros. Enero de 2010. Otro incendio rozó la tragedia en el barrio donostiarra del Antiguo cuando la torre Lorea comenzó a arder, convertida en una enorme bola de fuego, con las llamas escalando por la fachada ventilada. «Como en Valencia», han recordado estos días muchos vecinos, aunque el «milagro» fue que no hubo heridos.
La tragedia de las llamas en el edificio de Campanar, que ya se ha cobrado diez víctimas mortales, ha hecho revivir trágicos sucesos que sacudieron Gipuzkoa y aún guardan en la memoria muchos ciudadanos, a los que habría que sumar fuegos más recientes como los incendios de la Nochevieja de 2013 en Trintxerpe o el de este fin de año en Errenteria. Pero por sus similitudes, y además también balance mortal, el incendio del hostal José Mari de Donostia ha vuelto al presente. «Como para olvidar. Nos salvamos por los pelos», rememora Javier Pujol, bombero donostiarra de 65 años, ya jubilado, que participó en las labores de extinción del incendio ocurrido el 3 de junio hace 36 años en el hostal José Mari de Donostia, el más amargo del último siglo. Las imágenes que llegan estos días desde Valencia, que se ha cobrado la vida de al menos diez personas, «quieras que no te remueven», reconoce este profesional con 40 años de trabajo a sus espaldas. «El mayor peligro que tenemos es que la gente entre en pánico y se tire. Eso es lo peor. Aquella madrugada, la gente estaba en los balcones gritando auxilio. Quedaron atrapados porque la escalera se consumió y no podían salir. Era rescatar y rescatar a gente desde las dos fachadas del edificio, desde la calle San Bartolomé y desde la calle Urbieta, en esquina. Es difícil olvidarse de aquello». Desde aquel día, él y sus compañeros celebraban «cada año» haber sobrevivido al derrumbe del edificio, que fue pasto de las llamas y acabó por desmoronarse. «Nos salvamos de churro», dice.
Aquella madrugada, Javier Pujol hacía guardia en el edificio de la calle Easo de Donostia, donde se ubicaba el antiguo parque de Bomberos –ahora oficina de atención ciudadana–. De pronto él y su compañero Manuel Cubero escucharon ruidos de cristales rotos. Después una chispa en la lejanía. Y a partir de ahí se desató el infierno. «Me acuerdo que serían las 2.00 horas, aproximadamente. Estaba mirando la luz que emitían las farolas de mercurio». Reinaba la tranquilidad. «No veíamos nada ni olíamos a quemado. Hasta que comenzamos a escuchar ruidos de cristales rotos del parque. Varias personas estaban llamando a la puerta avisando del fuego y el operador que estaba de guardia no les abría, pero porque justo estaba tomando nota del incendio, hay unos protocolos. '¡Bombero, bombero!', le gritaban».
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La actuación fue inmediata. «Enseguida nos dirigimos hacia el lugar por la calle Easo en dirección contraria, dada la urgencia. En la primera dotación salió la escala, con dos bomberos y luego el camión, con otros seis bomberos». Al llegar se encontraron con unas fuertes llamaradas «que salían por el portal y por la fachada. El fuego conformó una U. Pilló el portal, luego la caja de escalera y rompió en el quinto piso atravesando toda la vivienda y saliendo al exterior. Estaba totalmente cogido. La gente pedía ayuda desde los balcones».
Javier Pujol
Bombero jubilado
Lo que se hizo primero fue «intentar ubicar bien la escala para sacar a la gente de ahí. Pero hay que tener en cuenta que era un edificio de madera y también había que controlar las llamas por lo que un grupo se dedicó a apagar el fuego y el resto, a rescatar a la gente con la escalera». Javier se encontraba en este segundo grupo. «En cuanto levanté la vista vi que había cuatro personas fuera de la cornisa de los miradores, de unos 30 centímetros, agarrados a una barra tipo quitamiedos. La imagen era bestial. Veía el resplandor de las llamas en la habitación». El edificio se convirtió en una ratonera. «Fui con la escala rápidamente pero solo podía evacuar a tres personas. El problema además es que no podía girar porque la calle era estrecha. Pedí al hombre que esperara, que volvería a por él y al final conseguí rescatarlos. Pero no podía dejarlos abajo así que les pasamos al edificio de enfrente. Así fui peinando toda la fachada. Se pidieron más refuerzos para que vinieran con otra escala más vieja, que se colocó en la calle Urbieta y la gente fue pasando de balcón a balcón y bajando por ahí. Los de los pisos más bajos bajaron con cuerdas».
Este exbombero recuerda que en un primer momento «no me llegaba la escala hasta el balcón, por la ubicación: como digo, la calle era muy estrecha y no podía maniobrar. Me viene a la cabeza la pareja de Valencia que quedó atrapada en la terraza durante hora y pico. La gente dice '¿pero por qué no se acercan más a ellos y les cogen?'. El tema es que el vehículo tiene un ángulo bastante fuerte y no te permite la maniobra porque al acercarte más puede volcar. Son vehículos de seguridad con normativas muy exigentes y a esa altura, las patas se pueden levantar y volcar. No te permite acercarte más, se bloquea. Si se llegan a apartar los bomberos, el fuego les achicharra. Son situaciones que me han venido a la cabeza», cuenta.
Mientras las llamas lo devoraban todo a su paso, comenzaron a escucharse ruidos muy fuertes. En un principio temieron que fueran personas lanzándose al vacío pero «era la gente de la pensión lanzando las maletas. Estaban histéricos, sobre todo en los últimos pisos donde había más peligro», recuerda este bombero. Según explica, «en los incendios normalmente el fuego va de abajo hacia arriba. Lo que ha ocurrido en el de Valencia es que es una fachada hecha con un tipo de materiales que gotean ardiendo y el fuego también se transmitió hacia abajo».
5 personas murieron en el incendio en el hostal José Mari, en el centro de Donostia.
80 personas fueros rescatadas por los bomberos con escalas, colocadas en la fachada a Urbieta y a San Bartolomé
Al final rescataron a 80 personas pero «se nos murieron cinco porque no sabíamos que estaban ahí», lamenta Pujol. «Pensábamos que habíamos sacado a todos pero había un matrimonio en el sexto piso, que resultaron ser los propietarios, que murieron en la cama. Luego apareció una pareja de argentinos que les había tocado un viaje y estaban en la pensión, y un viajante que también se alojaba en el hostal. Te queda esa angustia siempre que hay víctimas».
A la mañana siguiente, «era de día ya, sobre las 7.00 oímos un pequeño ruido. Fue cuando colapsaron el sexto y quinto piso sobre el cuarto». Pujol explica que a pesar de que el edificio era de madera, «en su día se autorizó unos levantes de hierro y con el calor aquello se desplomó. A mi me pilló en el tejado. Salimos corriendo hacia los edificios contiguos, que estaban conectados», rememora.
Al día siguiente «por la noche», casi 24 horas desde que se declarase el fuego, regresaron al lugar «porque había unos rescoldos». Y entonces el edificio «colapsó totalmente y se vino abajo. Se cayó la fachada norte y se hizo un socavón de medio metro en el suelo. Llegó hasta donde está ahora el parking del Buen Pastor. Notaba la gravilla como metralla en las piernas. No murió nadie pero estuvimos a punto. Lo pasamos tan mal que solíamos celebrar una comida de aniversario por haber salido ilesos».
Juan Carlos Zudaire
Vecino de la torre Lorea
A pesar de los momentos tan «angustiosos» que vivió Javier la trágica noche del 88, se ha enfrentado a «incendios más fuertes, pero muchas veces no tienen esa trascendencia». Habla de fuegos en bodegas o en un garaje, «esos sí que son malos para un bombero. No ves nada, te pierdes, el humo es muy tóxico, estás a oscuras, gateando... Son situaciones muy difíciles. Pero aquí en Donostia, poca gente ha muerto por el fuego, los que han llegado a morir en incendios ha sido porque se han quedado dormidos o atrapados y al inhalar humos tóxicos se quedan que no te enteras», explica Pujol, que también vivió el incendio de Trintxerpe en la Nochevieja de 2013. «Fue una victoria muy grande que en un incendio de esas características no muriera nadie».
El ocurrido en Valencia ha puesto en el foco a las fachadas ventiladas. Se considera uno de los sistemas más eficientes para el cerramiento de edificios que promueve el ahorro energético y es sostenible, pero «nos da rabia que estén haciendo edificios con elementos y técnicas constructivas que favorecen absolutamente un incendio», lamenta Pujol.
El exbombero señala que al ver las noticias enseguida se imaginó lo peor «por la velocidad a la que se ha desplazado el fuego, que fue rapidísimo. Los bomberos no podían hacer nada más que rescatar a gente».
Iciar Arbide
Vecina de la torre de Lorea
Los vecinos de la torre Lorea, ubicada en el número 111 de la avenida de Tolosa en Donostia, aún se estremecen cuando se les pide hacer memoria y recordar cómo vivieron el incendio que carbonizó parte de la fachada y varias viviendas de este edificio de trece plantas, tras comenzar a arder el séptimo piso en 2010. Una de las más afectadas fue la de Iciar Arbide, que reside en el piso doce. «Fue muy angustioso. Mi marido y yo estábamos en Bilbao y los niños se quedaron en casa. El mayor, de 16 años, bajó a pasear el perro y el pequeño, de 12, se quedó en casa. Entonces uno de los pisos comenzó a arder. Fue horrible. Le dijeron que no saliera, el protocolo era cerrar todas las puertas y quedarse dentro. Su hermano le intentaba tranquilizar con el móvil desde abajo pero el pobre tragó muchísimo humo. La habitación se estaba abrasando. Al final consiguieron sacarle», recuerda esta vecina. Al mostrarle las imágenes de archivo del suceso enseguida identifica su casa, cubierta en llamas. En la terraza, a lo lejos se dibuja una silueta. «Este es mi hijo», reconoce de inmediato.
Esta mujer ve ciertas similitudes con el incendio de Valencia. Un fuego originado en una vivienda, una fachada ventilada, un efecto chimenea... «Ha pasado algo parecido. Las llamas salían por la ventana y como es la esquina del edificio, que está hacia adentro, hizo un efecto chimenea y el fuego se propagó muy rápido. Entró por las ventanas, se reventaron todos los cristales y la casa se calcinó entera. Me acuerdo que mi hijo tenía un clarinete y las piezas metálicas quedaron chamuscadas. Quedó devastado, fue impresionante», expresa, al tiempo que señala al incendio de Valencia, que cree que «va a traer cola por estas fachadas que están instalando. No podemos vivir en cajas de cerillas».
Iciar Arbide
Vecina de la torre Lorea
Juan Carlos Zudaire recuerda que «aquel día me pilló fuera de casa y menos mal. Estábamos en un concierto de Álex Ubago en el Victoria Eugenia y al salir y encender el móvil teníamos un montón de llamadas y mensajes: 'Se os está quemando la casa'. Cuando llegamos vimos todo el fuego y pensábamos que nos habíamos quedado sin casa y que el edificio se venía abajo. Mi mayor miedo eran los perros, que estaban dentro», cuenta este vecino.
Afortunadamente, su casa quedó «intacta» porque fue el lado contrario el que se quemó, el de la mano A. «Además, como hacía frío cerramos todo a cal y canto y no entró apenas humo». La esquina afectada tuvo que rehabilitarse. «La broma fueron 300.000 euros» y «se volvió a poner exactamente el mismo material. Ahora, con el incendio de Valencia estamos un poco con la mosca detrás de la oreja. Creo que pasó lo mismo. El problema es el hueco, que hace tiro». Tanto él como el resto de vecinos consultados agradecen la rápida actuación de un bombero «que vivía en el 8º y que fue cerrando las puertas. Fue un susto tremendo».
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