Imanol Urain, que mide 1,98m., indica el nivel que el agua alcanzó en las riadas de 1988 y 1983 en su restaurante Txarriduna de Elgoibar. O. O. G.

35 años de las inundaciones de 1988

«Rescatamos por la ventana a una mujer y sus dos hijas que se las llevaba el agua»

Desde aquel fatal diluvio de 1988, Imanol Urain apenas duerme cada vez que truena en Elgoibar, donde los vecinos tienen patas de cabra para levantar el alcantarillado

Oskar Ortiz de Guinea

Urretxu-Elgoibar

Martes, 18 de julio 2023, 02:00

Cada vez que truena, Imanol Urain, como tantos elgoibartarras, no se acuerda de Santa Bárbara, sino de las inundaciones que se cebaron especialmente con Elgoibar, donde dejaron nueve muertos y cantidad viviendas, comercios y empresas arrasadas. Fue «el 19 de julio de 1988», fecha ... que tiene grabada a fuego como la del «26 de agosto de 1983». Ambas acumularon más de 1,80 metros de agua en el bar de la pensión familiar Txarriduna –ahora ampliada a hotel y restaurante–, pero «las dos fueron muy diferentes –matiza Urain–. La del 83 fue porque se desbordaron los ríos, la víspera de la feria del ganado, día grande de las fiestas de San Bartolomé, y nos cogió con todas las cámaras llenas de género y la faena fue grande. La del 88, en cambio, fue por el agua que bajaba de los montes tras una tormenta que llegó de repente. Nadie la esperaba y fue algo terrible».

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«No imaginé que se anegaría la huerta en el monte. Preparamos una escalera para salir por un talud»

Patxi Elustondo

Vecino de Elgoibar

Tan terrible que aún atruena en la mente de Imanol. «Me quedó sobre todo el recuerdo del ruido. Cada vez que truena, me cuesta dormir y me pongo a mirar por la ventana». Por si acaso tiene que salir como otros vecinos de la zona de Maala –una de las más afectadas hace 35 años– con la pata de cabra a levantar las tapas de las alcantarillas para facilitar el desagüe del agua. La última ocasión fue hace un mes, el 19 de junio, con aquella granizada que anegó la localidad de Debabarrena y provocó destrozos en cubiertas, vehículos y huertas. «Cada vez que cae agua así, estamos en guardia y abrimos el alcantarillado», dice.

Aquella tarde casi nadie tuvo tiempo de prepararse para lo que se cernía, que tampoco había sido advertido en las previsiones meteorológicas. «La nubosidad podría aumentar al final del día», rezaba el parte aquel día, que sembró la tragedia por barrios como ilustra Jesús Urreaga, del caserío Intxenea de Urretxu. «Yo estaba en Santa Bárbara recogiendo la hierba, y al ver que iba a llover, fuimos a casa, en el pueblo. Me enteré de la desgracia al día siguiente, porque todo cayó por Deskarga».

«Una ola de metro y medio»

Imanol estaba con su padre, Santi, y su hermano Pedro en el Txarriduna. Apreciaron que «sobre las seis o un poco más tarde, se hizo de noche». Enseguida estalló el diluvio. Enfrente, Santi e Imanol vieron a una monja, que esperaba a que algún coche la llevara hasta Azpeitia. «El aita le dijo que llovía mucho y que entrara en la pensión hasta que parara de llover, y que ya iría más tarde o al día siguiente. Pero ella insistió en que tenía que ir a Azpeitia». Nunca llegó. Su cuerpo apareció flotando en alta mar a 5 kilómetros de la desembocadura del río Deba.

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La fatalidad se mascó unos cientos de metros más arriba. Un corrimiento de tierra derrumbó el caserío Unastegi Errota, y un amasijo de piedras, maderos y muebles corrió río abajo por la regata de San Lorenzo, provocando un tapón bajo un puente al inicio de la ruta a San Miguel, que se convirtió en una presa letal. Anegó los terrenos del caserío Ibartxiki de Patxi Elustondo, monte arriba. «No te imaginas que se pudiera inundar el monte. Solo podíamos salir por un talud de más de tres metros, y preparamos una escalera. Por suerte, no hizo falta», cuenta.

«Me enteré de la desgracia al día después; yo recogía hierba en Santa Barbara, pero todo cayó en Deskarga»

Jesús Urreaga

Vecino de Urretxu

El pequeño puente no aguantó la presión del agua, y esta salió catapultada en forma de «una ola de metro y medio», según Urain, que arrasó todo cuanto encontró a su paso, incluida la chabola a cuyo tejado se encaramó una familia portuguesa, falleciendo la madre, dos hijas de 8 años y una amiga de ellas –sobrevivió el padre–. También se llevó a la monja.

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En el Txarriduna, los hermanos Urain vieron «a una mujer con dos hijas que se las llevaba el agua» calle abajo. Se subieron a una mesa y, sacando medio cuerpo por una ventana alta del comedor, lograron alcanzar a las tres y sacarlas por el mismo ventanuco. «Cuando cogimos a la última, el ventanal reventó y el agua entró de golpe y nos lanzó contra la barra». En las inmediaciones murieron al menos dos hombres cuando se disponían a mover sus coches aparcados para alejarlos del agua. «Un drama», resume Urain.

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