No hay nada más turbador que la nostalgia. Tú vas a un pueblo, ves un río, una presa y una casita vieja que te hace recordar. Y encuentras el teléfono de esa amiga de la casita a la que no ves desde los 17. No me atrevo a llamarle; nos escribimos por WhatsApp y nos contamos sobre los hijos y la familia, que el suyo mayor vive en Tailandia, que el pequeño es concejal...
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El chat dual se convierte en la sala de espera del ambulatorio en respuesta a ¿estás bien?. Pasamos del estado físico al mental. Me distancié de mi hermana –me dice– y ha sido muy duro. «He hecho reiki, terapia de constelaciones familiares, masaje craneosacral y entendí muchas cosas. Casi todas las enfermedades son somatizaciones de temas emocionales en el sistema familiar sin resolver».
–Ya. Soy escéptica con esas cosas pero si te ha ido bien...
Me parece mentira. ¿Mi amiga tan risueña sufría? Me deja con el corazón en un puño pero vale de recuerdos. Y me persiguen evocaciones radiofónicas porque la cadena SER cumple cien años, que si se ha muerto Fernando Delgado y te ponen a Monolito Gafotas. Hasta aquí. Pero si iba a escribir sobre el Ticketbai, que yo tengo mi propio sondeo; sobre Sora y los vídeos de Inteligencia Artificial o de la pirotecnia de Madrid.
Me lo merezco. Ahora me manda fotos nuestras con balones de nivea en un río, pendientes de perlita y un traje de baño horroroso.¿No son los 14 años la peor edad que existe? Principalmente si no podías dominar el rizo, que entonces no se llevaba nada.
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