Del mismo nivel que la fregona o la incorporación de ruedas a las maletas, dos descubrimientos del siglo pasado. Tan importante como ambos inventos es el de las muñequeras de felpa gordita –a colocar en las propias muñecas– que he conocido hace un mes y ... que sirven para que no te chorree el agua hasta el codo cuando te lavas la cara en el lavabo. Mi ritual de limpieza de cutis nocturno ha cambiado portentosamente desde que ya no se me mojan los brazos o el jersey o las mangas del camisón, cosa que da una rabiaaaa... En la etiqueta pone «muñequeras de spa» por si les da apuro contar todo esto en la perfumería, para que les entiendan.

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Así avanza la Humanidad, sí señor, con esas pequeñas cosas. El neceser, ese contenedor de valor incalculable, en todos los sentidos, necesita unas muñequeras para ser feliz. Y, otro consejo: guarden los prospectos e instrucciones de todos los potingues y cosméticos. Este es un descubrimiento propiamente mío después de usar el autobronceador del año pasado a las bravas y pasar un fin de semana con cara de amarillo risketo y cutis de Trump. Menos mal que el desastre lo perpetré en una ciudad lejana, o sea, a 90 km de mi portal.

En la cabina de la esteticista vienen los remordimientos: ¿Te has hecho la doble limpieza nocturna? Sí. ¿Todas las noches? Casi todas. (Y, como en un confesionario) ¿Cuántas has pecado este mes? ¿Dos? ¿Tres?

Quizá han sido cuatro pero me perdonó porque el día del risketo-bronceador me exfolié mucho.

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