La maldad es esto. Maldad es ver los pronósticos del tiempo y a los reporteros zarandeados por el viento en Canarias o los chaparrones de Sevilla y no solidarizarte y sororearte (de sororidad femenina, igual me ha quedado raro) suficientemente con los paisanos que metieron ... bikinis en la mochila o mantillas negras con peineta en la maleta.
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No es lo que yo siento pero en el fondo solo puedes estar de acuerdo con el presidente andaluz: «Si llueve, que llueva de verdad y no cuatro gotas que suspendan procesiones». Tampoco me alegro, qué va, de los que se lanzan a hacer un free-tour urbano con paraguas y se dan cuenta de que no es 'free' en realidad y de que el guía turístico les ha puesto una cara horrible cuando han rebuscado en la calderilla y le han dado 4,5 euros. En mi penúltimo free-nofree tour el chico que nos guiaba se quedó a cuadros. ¿Alguien sabe –pregunta–, el origen histórico del término Santander?. Sí, dice un chaval de unos 10 años: «El nombre viene del Banco, del Banco Santander». Le di 15 euros al terminar la visita por el mal rato. Desde mi hogar, y sin maldad, espero a que escampe y dudo entre dos planes: conocer en Madrid la Taberna Garibaldi del expresidente o plantarme en una isla flotante de Doha.
Llama una amiga desesperada porque no puede desayunar en el apartamento alquilado y dice una verdad como un templo: no, los microondas no son intuitivos. No son «se aprieta aquí, aquí y aquí, ¿no ves, chica?» Es lo que tiene la Semana Santa.
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