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Me nace de mí y lo voy a decir: estoy contra el panetone. Que si tiene una elaboración complicada, que si tres fermentaciones... Pues no deja de ser un bollo jugoso, ideal para desayunar pero no como postre de una comida o cena, abundante por ... definición, navideña. Lo suyo, lo correcto, hoy y mañana es el turrón. Vale, igual eres joven y tendrán que pasar unos años para que aprecies -a todos nos ha pasado- el jijona y el alicante, con su almendra y su miel. Serás una persona madura, te lo digo, cuando aprecies los mazapanes, los polvorones, el pan de cádiz, las glorias o la yema tostada. En fin, que amo el turrón y utilizo este verbo, amar, porque estoy en la onda modernita y aunque a las personas les diga «te quiero», lo guay es «amar» cosas como los huevos fritos o las rabas.
Pues el turrón, en realidad las turronerías, han estado de actualidad estos últimos días. Han sido mencionadas por un concejal y por la autora de un estudio sobre la influencia del turismo en la salud de la Parte Vieja donostiarra. Parece que no son muy bienvenidas, que encaja mejor una mercería o una ferretería en el barrio. Pero nadie se anima. ¿Será porque hoy no son un negocio rentable?
Nos gustaba la tienda Arenzana, tan pintoresca y tan antigua, tan instagrameable incluso, en la calle Getaria. Pero ¿cuántas veces has entrado en la última década a comprarles cuerdas o corchos? Cuando me pongo en plan socióloga mirando un panetone... Fum, fum, fum.
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