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Justo cuando, en defensa de los intereses europeos, lanzan la campaña 'Compra lo tuyo, defiende lo nuestro', va y me pongo las gafas para leer ... la etiqueta del papel de envoltorio del morcillo que he comprado para hacer cocido. En realidad quiero ver el peso de la pieza que, junto a la gallina y verduras, iban a la olla para componer mi estupendo menú de fin de semana. Y ahí veo algo en lo que nunca me he fijado, en una etiqueta pormenorizada que indica que la ternera ha nacido en Euskadi, dónde ha sido criada y cuándo sacrificada. Y todo gracias a las gafas de cerca y a la transparencia del carnicero. Me quedo tranquila y, tras el caldo, como los garbanzos en ensalada, la carne con tomate y los puerros al natural.
La transparencia es importante, aunque sea muy obvia. 'Prohibido robar', literal, se indica en un cartel de una tienda de ropa de segunda mano, muy cerca de la carnicería. También se advierte de que hay cámaras de vigilancia, por si acaso.
En este afán de comprar lo mío y defender lo nuestro voy después a mi tienda favorita del mundo, un comercio de la ciudad en el que siempre hay en el mostrador un ramito de flores, un bouquet multicolor y fresco, muy kilómetro cero porque es del jardín familiar. Me gusta tanto, me parece tan tierno ver a los dos hermanos, los dueños, llegar a la tienda con el ramo que les prepara la madre cada dos o tres días. Woody Allen también apreció el encanto de esta librería, lógico.
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