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¡Qué tía por dos reales!, escribí inocentemente en el WhatsApp familiar. Era un comentario cariñoso a la foto de una niña que posaba en plan 'chulica'. Sin terminar de enviarlo me di cuenta, glup, del significado de la frase, algo que había oido decir ... en mi casa, probablemente a mi tía Maripaz. Connotaciones en las que hasta hoy no había reparado.
Ya me fui corrigiendo con otras parecidas como «allá los negros» o «qué frío (o lo que sea) ni qué niño muerto». He ido revisando mis dichos de la antigüedad, los millenials lo flipan mucho.
Pues resulta que está de moda en tiktok hacer exámenes de qué palabras estaban prohibidas en casa de cada cual. Y coincido bastante: en la mía no se podía decir «es mentira«» sino «no es verdad»; la comida no se »echaba» sino que se servía, estaba prohibido 'cacho' para referirse a 'trozo' y en del capítulo de las 'cosas' del cuarto de baño estaba restringido todo: solo valía pis y kk.
Lo que siempre me pregunto es por qué y cómo viajaban el siglo pasado, sin internet ni televisión, esas expresiones como ¡Ángela María! o lo de los niños, negros o muertos, desde una casa de la Pamplona profunda a una aldea asturiana de los Picos de Europa y hasta Sevilla.
Pues bien, esta simpática columna que espero que les haya gustado la pueden leer porque han pagado. Decía el colega Alberto Moyano en en un tuit esta simple verdad: el tema no es que si no pagas no puedes leer el periódico, es que si nadie pagara no se hubiera podido escribir.
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