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Leído el periódico, una va a informarse o flagelarse en X-Twitter para ver cómo se analiza lo electoral y se encuentra con que es tendencia la palabra «Vascongadas», dicha con la peor intención, infantiloide, de ofender. Pero no todo es mal, también te enteras, ... al hilo de la cosa electoral, de qué es el síndrome de Buridán, la paradoja de un burro que no se decide entre dos montones de heno, se queda quieto y muere de hambre. Ah, las redes sociales, qué jungla, otros hablan de invasión de inmigrantes de «pelobrócoli».
Vuelvo a noticias normales: siento lo de Garbiñe Muguruza (o no, quizá) y me emociona que Maite Montenegro, la chica que ha corrido las seis más importantes maratones del mundo no olvide su primera participación en la Behobia cuando alguien le gritó «Aúpa, neska!». Qué refrescante es la lágrima de emoción.
Si el análisis electoral no es para mí, en cambio soy buena como observadora de la vida tal cual. El sábado, en el súper, casi desaparecen mis inseguridades de no ser como esas madres que pedían «cuarto y mitad de espaldilla para empanar» cuando veo que a mi lado compran «seis almejas» o «hamar antxoak». Al terminar en la pescadería mi carro ha desaparecido con el único producto seleccionado, una tarrina de queso burrata. Qué espabilado el ladrón ¡era la última de la estantería! No encontré al bandido. Misterio tonto sin resolver.
En la calle, una pastelería anuncia «bomba donostiarra ¡la auténtica!». Pues que no lo vean los de «las Vascongadas»…
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