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Dicen que los antiguos romanos ya jugaban a una versión primitiva con bolas de piedra a la petanca, un juego que, casi casi, es deporte nacional en Francia. Dicen que basta con lanzar las bolas metálicas tan cerca como sea posible de una pequeña bola ... de madera, pero este juego en realidad es mucho más. Más allá de la técnica y la precisión requerida, más allá de la estrategia que se use en cada tirada y más allá del resultado es un juego en familia. Y, ay, amigo eso va por encima de todo.
No hay nada mejor que ver a los tíos, abuelos o primos pelearse por ver quién ha lanzado más cerca. Comprobar que los tramposos lo siguen siendo, que los competitivos no perdonan ni una y que siempre surgen aplausos improvisados por parte de los pequeños. Esos pequeños que dan emoción a las partidas con sus gritos de 'uuuuuuuuuuy por poco' y sus canciones tuneadas al más puro estilo de La Ruleta de la Suerte. Esos pequeños que sorprenden tirando bien y terminan ganando un puñado de conguitos. Premio de ganador.
Eso sí, si les vieran los profesionales... Sí, ya saben, esos deportistas curtidos en mil batallas. Esos de pantalón de algodón y camisa por fuera. Esos que en los días en los que el sol aprieta se ponen la gorra y en los descansos fuman y charlan. Esos que se divierten por encima de todo. Esos que no sacan el metro para medir el milímetro de diferencia entre dos bolas porque lo apañan hablando. Esos a los que pocos jóvenes se unen sobre la gravilla, al menos aquí en San Sebastián. Una pena porque al otro lado de la muga en los recintos municipales y en los campings juegan niños y mayores. Qué mano tienen algunos y qué compañía se hacen.
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