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Oskar Ortiz de Guinea
San Sebastián
Sábado, 22 de marzo 2025, 00:15
Con la exposición de las conclusiones finales por parte de la acusación particular que representa a diez de las once presuntas víctimas, así como por ... la defensa que defiende al acusado, el juicio al monitor de surf de Hondarribia acusado de haber abusado sexualmente de once de sus alumnos quedó ayer visto para sentencia tras diez intensas jornadas en la Audiencia Provincial de Gipuzkoa. Lo hizo con las tesis esperadas por ambas partes, que mantuvieron sus planteamientos iniciales. Es decir, la letrada de los menores mantuvo una línea argumental similar a la descrita la víspera por la Fiscalía de Gipuzkoa y la otra acusación particular, y aseguró que el instructor fundó su escuela como «una tapadera» para poder llevar a cabo «una conducta depredadora y sexual» con la que «satisfacer sus deseos con menores», por lo que mantuvo su petición de 290 años de cárcel. Por su parte, la defensa reiteró que el «único» error de su defendido fue haberse «enamorado de un menor» y mantenido «dos acercamientos sexuales con otro», aunque precisó que fue cuando este tenía ya 16 años y con su consentimiento. A partir de ahí, los relatos acusatorios forman parte de un complot orquestado por «un grupo de amigos» con ánimo de «venganza» y de dar «un escarmiento» al acusado. ¿Por qué? Presumiblemente por «haber hablado mal de todos» delante del resto del grupo en su furgoneta. Por ello, solicitó la libre absolución del instructor, un vecino de Hondarribia de 41 años. Asimismo, reclamó su inmediata puesta en libertad hasta conocerse la resolución del tribunal de la Sección Tercera. Las partes se opusieron a esta medida, y el procesado rechazó a su derecho a pronunciar la última palabra.
Por orden de exposición, la acusación señaló que la escuela de surf «no era un negocio» sino «la excusa para poder estar con menores» y realizar con ellos actos «macabros» y «deleznables». De entrada, negó la versión dada el miércoles por el acusado durante su declaración, quien explicó que se estableció por su cuenta al percatarse de que en la escuela donde había estado contratado antes el nivel de las clases era de iniciación y consideraba necesario «una escuela de perfeccionamiento». La abogada de diez menores repuso que «difícilmente los niños podían perfeccionar una técnica que no tenían», ya que, por edad, se estaban iniciando en el surf o tenían un nivel aún básico. Además, planteó que si no había ningún alumno adulto de 18 años, era porque «cualquiera con 18 o 19 años se hubiera alertado de lo que estaba pasando allí». En su opinión, lo que el instructor «necesitaba y deseaba» eran «luces blancas», niños al «inicio del desarrollo de su personalidad» para «moldearlos como él quería».
Para ello, se ganó «la confianza» de los menores y también de sus padres, haciendo valer la «buena imagen social» con la que gozaba en Hondarribia. Describió a los niños como seres «guapos por dentro y por fuera» que respondían a un perfil: «guapos, rubios, ingenuos, sin maldad, con mucha vergüenza, miedo y muy impresionables», de tal forma que «jamás podían pensar que les podría hacer algo malo» porque, «como ellos decían, era como un padre sin lo malo de un padre». Era alguien «que llevaba una vida guay y querían ser como él» con el surf y la música que pinchaba.
La abogada cree que el instructor organizó «de antemano» «un contexto de maldad para arremeter sus macabros actos». Para ello «no utilizaba la violencia física» sino «la psicológica». «Comenzaba con una seducción» del menor y una «excesiva demostración de afecto» con «besos y abrazos», que no era sino «una herramienta de control» para «manipular» a los chavales con la retirada o no de ese afecto según accedieran o no a su deseo. Los chicos -enfatizó- «sabían lo que tenían que hacer para que él estuviera contento».
De algún modo, el instructor «les creaba una dependencia emocional» haciéndoles creer a todos «que eran especiales». También fomentaba «la rivalidad o celos» entre unos y otros, de manera que «se enfadaba con un favorito porque podía permitirse el lujo de tener a otros favoritos preparados» para poder abordarlos «en su furgoneta, en su casa, en su garaje o en los surf camps», donde, según acusó, llevó a cabo «tocamientos, masturbaciones, felaciones y penetraciones anales».
La defensa pidió la absolución al estimar que los hechos denunciados no han quedado acreditados. Asume que el «único» error del monitor fue haberse «enamorado de un menor» y mantenido «dos acercamientos sexuales con otro», pero fue cuando este tenía ya 16 años y con su consentimiento. El resto de acusaciones formarían parte de un complot orquestado por «un grupo de amigos» con ánimo de «venganza» y dar «un escarmiento» a su monitor por «haber hablado mal de todos» delante del resto del grupo. Así, rechazó la tesis del fiscal y acusaciones de que los menores no se conocían y recordó que hay «varios hermanos», y no les unía su edad sino «su nivel de surf».
Además, dijo que las declaraciones de los chicos fueron «contradictorias» y no eran libres sino «guiadas» por las acusaciones y los propios investigadores, de manera que «lo que durante la instrucción de este caso fue un tocamiento, en el juicio se ha convertido en una masturbación».
Así, tal como planteó el miércoles, afirmó que el «complot» lo iniciaron dos hermanos que discutieron con su madre cuando esta descubrió que consumían marihuana, y uno de ellos la acabó agrediendo. El monitor se enteró por el hermano mayor, y luego compartió esta confidencia con el resto del grupo, lo que provocó el enfado de los hermanos al sentirse traicionados. Según esta abogada, cuesta entender que chavales que estaban sufriendo abusos «acudieran libremente» a las clases de surf e incluso repitieran varios años en los campamentos.
Negó que el monitor fundara su academia con el fin de satisfacer su deseo sexual, ya que las acusaciones ciñen los hechos entre los años 2011 y 2021, y él se estableció por su cuenta el 1 de julio de 2015 tras dejar la escuela en la que estaba contratado. A su juicio, el acusado «no es como lo han pintado», sino alguien «muy cariñoso y sensible», una «buena persona» que durante su etapa como monitor veía «normal» que sus alumnos fueran a su casa, o que durmiera con ellos «pero no con ánimo lascivo dependiendo del espacio que hubiera» en el bungaló donde se alojaban en los surf camps.
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