Lejos de iglesias, plazas y museos, la obra de arte más inquietante de Bolonia la encontramos en un hangar de las afueras. Mide treinta metros ... de largo, pesa quince toneladas y parece una ballena metálica reventada, blanca con marcas rojas, las aletas extendidas en gesto exhausto. La rescataron pieza a pieza del mar Tirreno, a 3.700 metros de profundidad, donde llevaba siete años hundida. Y la recompusieron: es el avión DC-9 que desapareció el 27 de junio de 1980 sobre la isla de Ustica, mientras volaba de Bolonia a Palermo con 81 personas a bordo. Durante años las autoridades militares destruyeron registros y fabricaron pistas falsas (como la supuesta explosión de una bomba) para ocultar que lo había derribado un misil, según la sentencia de 1999. Y según el ex primer ministro Amato, lo disparó un caza de la OTAN que pretendía abatir un avión libio en el que creían que viajaba Gadafi.

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El artista Christian Boltanski transformó el DC-9 en una instalación: lo rodean 81 espejos negros de los que surgen susurros que evocan las voces de los muertos; del techo del hangar cuelgan 81 bombillas de luz amarillenta que van variando de intensidad como almas que respiran; nueve cajas negras contienen los objetos de las víctimas. El avión destruido es una bestia agonizante, una acusación que los ciudadanos mantienen viva, una verdad rescatada del abismo: frente a las razones de Estado, en tiempos guerreros como los actuales, las vidas civiles importan poco.

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