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Era el 7 de julio de 2018 cuando Víctor Flores, natural de Nicaragua, aterrizó en un avión en Loiu para, después, afincarse en Donostia. Tenía ... 33 años cuando tuvo que dejar su país de origen por «motivos políticos». Trabajó durante un tiempo en «un proyecto internacional sobre asesoría a jóvenes en riesgo» en Honduras. La idea era que Nicaragua pusiera en marcha esta misma iniciativa, «pero no pudo llevarse a cabo por un conflicto político-social» relacionada con los jubilados. «Varias manifestaciones salieron a la calle» y Víctor participó en ellas. «El Gobierno tomó represalias con todos los que marcharon en estas protestas», también con él, por lo que «no podía seguir en Nicaragua», asegura. «Mi vida corría peligro».
Habló con su primo y, como tenías familiares y conocidos en San Sebastián, enseguida decidieron que era el momento de cambiar de aires. «Vine de irregular, pero se podría decir que mi situación en Nicaragua era similar», reconoce. Dejar a su padre y al resto de seres querido «fue duro, pero es lo que tenía que hacer en ese momento». Se subió a un vuelo y tras alguna escala que otra llegó a Bilbao, desde donde se desplazó a Donostia. «Dos días después me presenté en la Policía para solicitar asilo político», explica. Le otorgaron una tarjeta que recogía su situación de solicitante de protección internacional y, al mes, le concedieron el permiso de residencia y otro para trabajar. «A los tres meses se formaliza la solicitud y es cuando comienzo a esperar la respuesta oficial y a trabajar en una empresa de panadería», dice.
Los últimos años de Víctor –llegó con 33 y está a punto de cumplir los 40– han pasado entre esperas. Fue renovando estos permisos cada seis meses, mientras aguardaba la respuesta oficial de las autoridades sobre la resolución de solicitante de asilo. Pero al año aproximadamente le llega la respuesta sobre su solicitud: negativo. «Se me cayó el mundo encima. Fue como volver al primer día en Donostia, sin nada. Tardé más de un año en lograr la residencia, no es fácil». Pero a través de la ayuda de SOS Racismo Gipuzkoa, logró el arraigo laboral después de la sentencia del Supremo que permitió a cantidad de solicitantes de asilo conseguir la residencia.
Víctor fue uno de ellos. «Cumplía los requisitos», como se solicitante de protección internacional y «haber cotizado durante un año en la seguridad social. Me lo concedieron y fue como volver a respirar. Gracias al arraigo laboral he podido obtener la autorización de residencia con permiso para trabajar». Al tiempo la tuvo que renovar. «Costó», pero lo hizo. Ahora, este segundo arraigo está a punto de caducar y su plan es sacarse la nacionalidad mientras estudia para ser guía turístico de Donostia, una ciudad que ya considera hogar.
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