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Hace 16 años que la tolosarra Izaskun Sánchez enviudó y desde entonces vive sola. «Lo llevo bien, estoy a gusto, aunque preferiría estar con ... mi marido», dice esta mujer de 88 años, acostumbrada a convivir con la soledad. Cuando la puerta de casa se cierra, el silencio lo engulle todo y retumban los recuerdos. «A las noches sí que noto la casa más vacía», reconoce. Cuenta que cuando se murió su marido «sí que se me hacía muy duro estar sola, por supuesto. Por las mañanas solíamos ir a andar y por las tardes estábamos en casa. Le echaba mucho en falta, pero me dije que tenía que hacer algo, tampoco quería estar todo el día compungida». Desde entonces, cada semana le acompaña la misma rutina: lunes y miércoles, taller de pintura, y también dedica un día a las labores y acude al taller de memoria. Se define como una mujer «positiva» y «muy activa» –estuvo apuntada a yoga durante 26 años–. No es de las que 'mata' el tiempo y tampoco le cuesta hacer amistades a su edad. «Soy muy abierta y me siento muy querida», agradece.
La vista, prodigiosa a sus años, le permite seguir tejiendo «ropita para mis nietos, tengo seis, y los biznietos, son siete y dos en camino». Los cuenta orgullosa. «Familia tengo mucha, pero vivo sola», explica la tolosarra en señal de autosuficiencia. «Suelen venir a visitarme, no todo lo que yo quisiera pero ya sabes, cada uno tiene su vida y estamos mucho en contacto por teléfono», justifica como solo las abuelas saben hacerlo.
Sus amigas también son veteranas en eso de no tener compañía en casa. «Tengo un grupo de amigas de misa, de los jubilados... y también viven solas».
La población envejece y se aísla. Esta fotografía se reproduce en cifras: entre los 65 y 69 años, la cantidad de mujeres que residen solas –la mayoría viudas– supera con holgura al de hombres (5.026 guipuzcoanas frente a 3.313 hombres) y la brecha se intensifica en el colectivo de mujeres mayores de 85 años, casi el cuádruple. Es en edades más tempranas donde la tendencia se invierte.
La mayoría de estas mujeres ha vivido una vida dedicada a los cuidados, como es el caso de Izaskun. Cuenta que «con 21 años me casé, me salí de trabajar –en la fábrica de gráficas de Tolosa, donde empezó con 13 años– y tuve tres hijos seguiditos. Seguía cosiendo y con lo que sacaba pagaba los colegios».
Dice que los años la han tratado «bien» pero «cositas no me faltan». Entre los achaques se cuentan varias operaciones de hernia, y de vesícula. En ocasiones lamenta que su cuerpo no acompañe su espíritu jovial. No se separa del botón de teleasistencia, dice que lo tiene desde hace años porque le da «seguridad».
De momento no se plantea vivir en otro lugar que no sea su casa, pero siempre dice: «el día que lo necesite, prefiero una residencia».
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