Es muy posible que solo el pueblo no salve al pueblo, pero seguramente sin él no vayamos a ningún lado. Emociona que en semejante catástrofe la solidaridad, cooperación y humanidad de la ciudadanía estén brillando por encima del fango político. Es lo que se ha ... podido apreciar y, si me permiten la palabra, disfrutar durante estos días en Valencia. Una sucesión de detalles que ojalá permanezcan en la memoria de la sociedad.
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Llegamos pasado el atardecer del sexto día posterior al impacto de la DANA. Había coches abandonados a ambos lados del arcén de la principal carretera que circula junto al Turia, y el mal olor se metió en el todoterreno de DYA Gipuzkoa. Pero ante la oscuridad tan solo quedaba la imaginación para tratar de adivinar la crudeza de la realidad, que quedó destapada bajo el sol de la mañana siguiente. La sensación, mientras llegábamos al pueblo de Alfafar por un viaducto que pasa por encima de las vías del tren, era de estar entrando en una zona de guerra.
Fue descorazonador asomarse a las primeras casas y ver que los vecinos, tras una semana, seguían sacando litros de agua de sus sótanos y garajes. Como para acercarse con el micrófono y preguntarles, unos días después de la riada, qué tal estaban. Qué reparo. Pero la primera vecina, Encarna, ya transmitió una actitud que fuimos confirmando con cada uno de los afectados con los que hemos conversado: necesitaban hablar, contarlo. Era su manera de intentar soltar el nudo en el que se había convertido su vida. Una pregunta bastaba para que cada vecino relatase su historia, dura y triste contase lo que contase. Nos invitaban a sus casas, nos la mostraban y agradecían nuestra presencia por ser el altavoz de su drama. Conmueve sentirse valorado por alguien que lo ha perdido todo.
Los días en las zonas afectadas son intensos. Kilómetros y kilómetros caminando con mochilas y bolsas a la espalda, dificultades para comer al no haber ni un establecimiento abierto en kilómetros a la redonda ni un sitio limpio en el que sentarse.
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Iñaki, el padre de Aitor, el niño txuri-urdin de Benetússer que ha pedido ayuda a la Real para reconstruir el campo de fútbol, nos invitó a su casa para que fuéramos al baño y él, que dependía de la ayuda externa para que su despensa no fuera un lugar vacío, nos ofreció bizcocho, Aquarius, agua e incluso un sitio donde dormir si no lográbamos reservar habitación en un hotel. Y por la calle había voluntarios cuya misión era repartir bocatas hechos por ellos mismos.
Para volver a Valencia es recomendable llegar a la ciudad antes de que anochezca. Pocas farolas siguen en pie y muy pocas funcionan. Salir de la mayoría de zonas requiere un paseo de más de una hora con botas de agua como calzado, y cuando cae el sol el pillaje es la actividad favorita de algunos. El miércoles se nos hizo tarde y caminar por el arcén de la autovía a oscuras era la peor pero única opción. Única porque en otras circunstancias a nadie se le ocurre que la Policía Nacional se ofrezca a llevarte. Y quien no puede estar con la pala en la zona afectada, se niega a que le paguemos el servicio de taxi al hotel. «Es la única manera que tengo de ayudar, déjenme, por favor».
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