Ami bisabuelo le tomaban el pelo porque se zampaba esa txerrijana, esa porquería que se echaba a los cerdos: comía angulas. Luego estos alevines de las anguilas empezaron a ser apreciados y vino una época feliz y despreocupada, en la que cientos de anguleros hundían ... sus cedazos en los ríos que dan al Cantábrico para sacar kilos y más kilos, hasta su casi completa extinción. La Unión Europea acaba de prohibir la pesca recreativa de la angula, la única que se practicaba ya por aquí.

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El biólogo y filólogo Asier Sarasua grabó en 2007 una entrevista magnífica al zumaiarra Benito Etxabe, que tenía entonces ochenta años, boina, pelos huidizos, cejas en uve, y se apretaba el mentón con una mano grande, ancha, carnosa. Al ver esa mano, cualquiera pensaría que Etxabe se había pasado la vida arponeando ballenas y despedazándolas, pero resulta que durante sesenta años consagró sus dedos a la delicadeza: además de cultivar los campos y cuidar los animales de su caserío, fue organista en la iglesia de Artadi.

A los pies de la iglesia, en el río Urola, Etxabe pescaba algunas noches un kilo o dos de angulas. A veces tres. Una noche sacó veinticinco. «Vino una crecida muy fuerte, arrastró todo río abajo hasta Bedua, ahí donde se paran otra vez las aguas. Allí eché el cedazo, ¡ra!, y salió lleno de angulas. Otra vez, ¡ra! Y ¡ra!, ¡ra!, ¡ra!... Hice igual cincuenta o cien caladas. Fue la noche en que se murió Franco. Salieron las angulas en manifestación».

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