![Los mayores de Donostia, contentos por poder salir durante la desescalada](https://s1.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/202005/07/media/cortadas/mayores2-U100698679370t5B-U11085619841PuD-1248x770@Diario%20Vasco-DiarioVasco.jpg)
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Pasean con su bastón en la mano, se escucha el roce de la suela de sus zapatillas sobre el asfalto que todavía guarda algunos granos de arena de los caminantes y surfistas menores de setenta años que salían a primera hora de la mañana. Son ... las once, luce el sol y la temperatura no es ni muy alta ni muy baja. Es perfecta para salir a estirar las piernas por el paseo de La Zurriola. «Hay que ir yendo a casa que va a dar la hora», vocifera un señor a otro conocido. «A la tarde, otro paseo», le responde sin detenerse. Se suceden los saludos en la distancia, se palpa la alegría contenida al ver a un familiar aunque solo se manifieste con un movimiento de brazos. No hay lugar para la cercanía. Todos lo saben y lo cumplen a rajatabla. Son conscientes de que un paso en falso, para ellos, puede tener consecuencias.
A paso ligero, despacio y asegurando las zancadas o sujetos del brazo, cientos de personas mayores salen desde el lunes todos los días a respirar aire fresco. Lo hacen sin prisa y muchas veces aprovechan para contemplar el mar. A sus noventa años no hay nada que detenga a Lucía Maiza. En estos días de confinamiento severo ha tenido que salir a la calle, pero «porque vivo sola y tengo que bajar a hacer los recados para poder comer», se justifica. Vecina del barrio de Gros hoy ha salido temprano. «Tenía que ir a Amara ha hacer unos papeles para mandar a Bélgica, donde he vivido treinta años. Ya que estaba he ido andando hasta el Ayuntamiento y ahora me he sentado. Tengo que descansar que me duelen las piernas. A una ya le duele todo. Si no es un tobillo es el otro», explica en tono jocoso. Esta donostiarra, que descansa en una banco, no pierde detalle. Sale todos los días y agradece que se hayan relajado las medidas. «Está muy bien poder salir. Yo doy gracias todos los días de seguir aquí», dice. Lleva desde que se decretó el estado de alarma sin ver a sus sobrinos. «No tengo nietos, pero sí sobrinos. No pido verlos, porque ya soy una persona mayor y soy de riesgo. Hay que esperar y no pasa nada», sostiene con la mayor naturalidad.
Lucía maiza, 90 años
Cerca de la fuente frente al Zurriola Marítimo se para a guardar algo en su mochila Elena, de 81 años. Nunca antes había vivido una situación similar a estar tantos días sin poder pisar la calle. Ahora que se lo permiten está muy contenta. «Voy con precaución y siempre me mantengo lejos cuando me encuentro a algún conocido», explica con la mascarilla puesta y retoma su marcha.
En un banco cercano charlan entre ellas Victoria Manterola y su cuidadora Raquel. Ambas con una protección en el rostro aplauden poder dar una vuelta de vez en cuando. «He estado sin salir de casa, pero lo he llevado bien porque he estado haciendo tareas y eso me entretiene. Ahora agradezco poder salir y sentir el aire», detalla a sus 91 años esta vecina de Gros. Raquel, por su parte, reivindica que «importante» que las personas mayores puedan pasear: «Nosotras salimos dos veces el día». A Manterola se le ilumina la cara al preguntarle por sus nietos. «Todavía no he podido verlos», se lamenta.
Quien también está contento de «respirar aire y estar tranquilo» es José de 73 años. Ha venido a ver el mar, «estaba ya aburrido de estar tantos días encerrado», comenta. Está apoyado en la barandilla y no lleva mascarilla porque ha escuchado en la televisión a una epidemióloga que la mejor protección «es la distancia social. Así que yo voy esquivando a la gente y procurando que nadie se me acerque». No es que no tenga, porque las compró en la famarcia, es que solo se la pone en el supermercado y en el transporte público. Está confuso con la situación y no entiende por qué hay tantos sanitarios contagiados. Tiene muchas incógnitas en su cabeza todavía sin resolver. «¿De dónde ha salido el virus? ¿Por qué cada uno dice una cosa diferente? ¿Se va a poder venir a la playa en verano?», se pregunta.
JOsé, 73 años
En otro banco sentados también están Ramón y Belén, de 81 y 79 años respectivamente. Están bien, contentos también con salir a la calle, pero a la vez disgustados con no poder pararse a reposar. «Se supone que no se permite que la gente se siente en los bancos, pero tienen que entender que somos mayores y nos cansamos», protesta. Miran de una lado para el otro por si se acerca alguna patrulla de Policía Municipal. «Ya nos han llamado la atención, pero ya sabemos que hecha la ley, hecha la trampa. Nos vamos moviendo de banco», explica. No son los únicos.
En ese mismo instante pasa la hermana de Belén. Se acerca y espera en la distancia para poder hablar con ellos. Un minuto más tarde se acerca también la hermana de Ramón. «Qué casualidad», se sorprenden todos. Respetan las medidas de seguridad y se preguntan qué tal se encuentran. Todos bien. A sus 81 y 79 años nunca habían vivido nada parecido.
-¿A los nietos ya les ven?
-Nada de nada. Solo por las videollamadas, pero ya les echamos de menos.
Por ahora para poder abrazar a sus nietos tendrán que seguir esperando a que se pase a otra fase de la desescalada.
Aurelio Santos, 88 años
Aurelio Santos cumplirá 89 años el próximo 27 de julio. No tiene prisa, vive solo desde que su mujer falleciera hace treinta años. Camina despacio y descansa mucho. «Me han operado ya dos veces de la cadera. Ahora agradezco poder salir a la calle, pero es verdad que en casa he estado tranquilo aunque se me ha hecho largo. Pero tengo la suerte de tener una buena terraza con vistas al mar», se congratula. A diferencia de Ramón y Belén él no se ha encontrado con ningún conocido todavía y eso que lleva desde el lunes pisando el asfalto. A veces, al hablar, se mueve la mascarilla. Le molesta. «Para estar sentado en el banco no creo que sea necesaria. Me parece que es incómoda porque no respira uno bien por eso si no hay gente me la bajo un poco», prosigue.
Si algo tienen en común todas estas personas es la vitalidad y la prudencia que desprenden. Conocen bien los riesgos de contagiarse y por ello caminan, en su mayoría, con mascarilla y adoptando todas las medidas de seguridad. Verles por las calles, en su franja horaria, dista mucha de la estampa que dejan los más jóvenes.
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