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Los arrantzales más veteranos oteaban el 6 de diciembre de 1688 las oscuras nubes que se acercaban desde alta mar augurando noche de rayos y ... centellas. Llegado el atardecido, Isidro Adán de los Ríos, el popular pintor de la calle Campanario, trabajaba en su obrador cuando sintió caer sobre sí la pared de su vivienda, es decir, «una piedra tan grande que abrió su cabeza de por medio, dejándole muerto sin muestras de vida, porque quedó fatal y sin recibir algún Sacramento».
Según el doctor Camino, tres víctimas más se produjeron aquella madrugada «en una de las tempestades más deshechas de que se tiene noticia haber experimentado San Sebastián».
Al día siguiente, 7 de diciembre, el Gobernador de Armas de la Plaza, duque de Canzano, visitó el cuartel de Urgull, comprobando que habían saltado por los aires 800 quintales de pólvora y un millar de arcabuces, mosquetes, bombas y granadas. Abajo, en la ciudadela, muchas fueron las casas que se desquebrajaron y hasta la iglesia de Santa María quedó casi en ruinas.
Se produjo el milagro cuando, ya amanecido, se encontró la imagen del Santo Cristo de la Mota intacta y con su lámpara de aceite encendida. Tan emocionado quedó por aquel hecho el rey Carlos II que donó 200 doblones para arreglar la capilla. Ante tanta desgracia el vecindario sacó en procesión a la Virgen del Coro, pidiéndole que concluyera el seísmo, haciéndole voto perpetuo de agradecimiento. El voto se renovaba anualmente el 15 de diciembre, hasta que en 1973 se trasladó al tercer domingo del mes para que «siendo festivo, fuera más fácil la asistencia». Comprado el monte por el Ayuntamiento, en 1921, el milagroso Cristo de la Mota fue traslado al Hospital Militar, siendo devuelto a su capilla de Urgull el año 1963, llevado por el alcalde Nicolás Lasarte Arana.
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