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Cuando no existían lo que en la actualidad conocemos como redes sociales, las noticias llegaban al vecindario avisado por el sonido de la turuta que ... utilizaban los pregoneros, antes de comunicar las novedades del día. A falta de Whatsapp, todo quisqui conocía el significado de los distintos repiques de campana, a través de los cuales se sabía si se trataba de llamar a un acto religioso, una fiesta, una defunción, un incendio o toque de a rebato. Por la noche no despertaba lo que los latinos llaman el celular, sino la monótona voz del vigilante nocturno recordando la hora, con el estribillo de «... y sereno», acompañado de carracas y silbatos en casos de emergencia.
Viene a relación todo lo citado por lo encontrado en un breve repaso a la historia del Cuerpo de Zapadores Bomberos de San Sebastián, en la que, curiosamente, aparece con frecuencia, y con la importancia que se merece, lo que para los primeros bomberos podía ser el equivalente a nuestro móvil: la corneta, con la que eran capaces de comunicarse al instante cualquier orden o situación.
Estaba en su mitad el siglo XIX cuando en los archivos del parque puede leerse que entre, cornetas y bomberos, eran 152 y que cobraban de sueldo 150 pesetas anuales. Que los retenes, en días festivos, se mantenían de una y media de la tarde hasta las ocho de la noche en invierno, y de dos a ocho y media en verano, estando cubiertos por un cabo, cuatro bomberos y, siempre, por el imprescindible corneta.
También era obligatoria la presencia del corneta junto al guarda-almacén, pues era el encargado de avisar a los demás almacenes en caso de incendio: «Por medio de timbre si era de noche y de toques de corneta si era de día».
En el periódico donostiarra 'El Fuerista' puede leerse lo importante que era la figura del corneta en un parque de Bomberos, «que conviene esté organizado a la manera de la milicia y mandado por una cabeza inteligente que, a través de los toques de corneta, sepa dar a los capataces las órdenes oportunas, evitando el caos que se produce cuando son los alcaldes y los gobernadores quienes dirigen las maniobras».
Recibido el aviso de fuego, nadie movía una manguera ni un coche motobomba sin el permiso que el gobernador debía dar al alcalde, el alcalde al arquitecto y el arquitecto al jefe de Bomberos, motivando, en distintas documentadas ocasiones, el retraso en la toma de decisiones y, por ello, de la llegada al lugar del siniestro.
El año 1892 se aprobó un código de hasta 40 llamadas distintas realizadas a través de la corneta, debiendo añadirse las de «ligero» y «a la carrera», y, para más seguridad, se amplió la plantilla a dos: «El que daba la orden y el que la repetía», los cuales recibían «50 pesetas de gratificación al año y mil por realizar un ejercicio mensual».
También era llamado el corneta a las regatas de traineras, para trasmitir las órdenes oportunas. Tantos y tan numerosos eran los toques de corneta que confundían a los mismos bomberos, recordándose el caso en el que, oyendo la llamada, «creyeron se trataba de una asonada militar, atrancando las puertas en lugar de acudir a prestar auxilios».
Se añoraban las viejas carracas y se citaba a las campanas como principal sistema de comunicación, proponiéndose, como al final se hizo, «que se instalaran timbres eléctricos directos a los domicilios de los bomberos, para que estos salieran de sus casas hacía el parque vestidos, y con el equipo completo, que siempre debería estar a su disposición».
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