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La noche del jueves 16 de noviembre de 1893 llegó a las redacciones de los periódicos locales que el Regimiento de Valencia, ubicado en el ... cuartel de San Telmo, iba a ser trasladado a Melilla, para participar en la guerra entre España y Marruecos. Pronto se supo que al jefe de la Estación del Norte se le había ordenado formar un tren especial para la mañana del viernes 17.
Fue anuncio de que la cosa iba en serio, el comprobar cómo los serenos tenían encargo de avisar a los músicos de la banda municipal, para que a las nueve de la mañana se encontraran en el Ayuntamiento. No se observaba ningún movimiento en las proximidades del cuartel, pero, en su interior, el coronel mantenía una prolongada reunión con los jefes y oficiales de la que estaban siendo informadas las autoridades, con el fin de preparar una «cariñosa y entusiasta despedida a los soldados».
El Regimiento cuya permanecía en San Sebastián se desarrolló sin conocer etapas convulsas que pudieran enturbiar sus buenas relaciones con la ciudad, supo captar la simpatía de sus gentes, ya fuera cuando acudía con rapidez al producirse un incendio o naufragio, protagonizaba los conciertos del domingo en el Boulevard o participaba activamente en la tamborrada, carnavales y demás fiestas populares.
1893
Conmoción en la población por la salida hacia el frente de Marruecos de los 800 soldados del cuartel de San Telmo
El Regimiento, en traje de campaña, salió de San Telmo a las diez de la mañana y la escuadra de gastadores «arrastró por delante una gran masa de gente que, como bola de nieve, fue creciendo y ocupando las calles». Seguían las bandas de música municipal, que ya venía recorriendo las calles anunciando la salida de los soldados, y la del Regimiento.
Al llegar a la Estación estallaron los cohetes y tanto andenes como almacenes y calles cercanas, fueron invadidas por una multitud que llegaba hasta el puente de Hierro, en la que se confundían las clases más distinguidas de la sociedad y las más modestas. Al triste cuadro de las madres y esposas que lloraban por la marcha de sus seres queridos, «añadieron una nota de simpatía las alegres, laboriosas y simpáticas cigarreras que, habiendo abandonado su taller, hicieron entrega a los soldados de las mil cajetillas de cigarros que, por su cuenta, habían acordado adquirir para regalarles», en tanto que otras jóvenes les colocaban escapularios, entregaban medallas de la Virgen y les deseaban bendiciones.
También acudió el Ayuntamiento, que repartió «mil cajetillas de cigarros de los de cuarenta céntimos y doscientos puros habanos para la oficialidad», y representantes de la Diputación con 500 pesetas a repartir entre todos.
Se realizó el embarque en el tren que estaba formado por máquina, tres furgones de equipaje, veinticuatro carruajes y un furgón de cola, superándose grandes dificultades debido a los abrazos, agasajos y muestras de fraternización entre el pueblo y la milicia, expresados junto al estruendo de las músicas y los continuados gritos de ¡viva¡.
Dejando en la lejanía los miles de pañuelos, que se agitaban para despedir a los ochocientos soldados y oficiales que integraban al Regimiento que, reinando Felipe IV, se creó en 1658, la población donostiarra «vivió una ovación que jamás se había presenciado en San Sebastián tan inmensa, espontánea y hermosa».
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