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Desde el convento de Dominicas hasta la iglesia de San Sebastián, pasando por la ermita de Nuestra Señora de Loreto y alguna que otra pequeña ... defensa en forma de torreón, el solar, en 1893, tenía poca relación con lo que había sido una historia cargada de acontecimientos, personajes y vivencias, entre las que pueden destacarse Catalina Erauso, «la monja Alferez», o el voto perpetuo, en la iglesia, cuyo origen es milenario, de celebrar el día de San Sebastián «haciendo ayuno», y también el de, muchas veces olvidado, San Roque.
Adquiridas ocho hectáreas de terreno para construir el palacio que nos ocupa, la iglesia, amenazando ruina, fue derribada y trasladados al Antiguo algunos de sus componentes, el camino público que pasaba por el hoy parque de Miramar, uniendo el Antiguo con San Martín, fue sustituido por el túnel, y así pudieron comenzar las obras de la nueva residencia destinada a la Familia Real.
1893
El alcalde promovió un gran recibimiento a la reina, porque la inauguración del Palacio auguraba largas permanencias
Diseñada por el británico Selden Wozmun, llamó la atención «el original conjunto de torres, arcadas, rojos tejados, balcones de madera labrada, chimeneas y escalinatas de piedra parda y ladrillo muy rojo».
Antes de que María Cristina eligiera este lugar, la duquesa de Bailén, en cuyo palacio de Ayete se alojaba, había ofrecido vender su finca al Ayuntamiento «a precio de costo», con la condición de que se lo regalara a la reina consorte, pero la oferta fue rechazada.
Finalmente María Cristina compró los terrenos e hizo la obra (motivo por el que llegado el momento de su reversión a la Ciudad, en 1971, todo se redujo a un acuerdo económico con los herederos) y el Municipio se limitó a pagar los accesos y, junto al Obispado, el traslado de la iglesia a la plaza de Alfonso XIII.
Hacía años que la familia real ya se había fijado en este espacio donostiarra, siendo así que el infante Sebastián, primo de Isabel II, llegó a comprar parte de los terrenos para construirse un palacete, pero la revolución de 1868 le obligó a expatriarse.
Y hoy, día 19 de julio de 1893, fue la fecha elegida para que el Palacio, llamado de Miramar, fuera inaugurado y, resumidos, los hechos ocurrieron así:
Recogen los periódicos locales el ambiente que se respiraba en las calles, por el continuo tránsito de carruajes y carrozas que se dirigían a la Estación del Norte para esperar al tren real, y el mucho público congregado en las aceras, atendiendo al bando del alcalde, Lorenzo Isla, solicitando «un gran recibimiento porque la inauguración de la nueva morada augura largas permanencias en San Sebastián».
Se colocaron arcos triunfales, tribunas y músicas por todo el recorrido y, en la calle Zubieta se congregaron «las bañeras de la playa y la gente pescadora, al grito de ¡aquí te pondremos buena!, porque se había dicho que la reina estaba desmejorada».
Llegado el tren y terminado el protocolo de honores, la comitiva circuló por el puente de Santa Catalina, siguiendo por la Avenida, Zubieta y Miraconcha. En el palacio le esperaban las autoridades, contando el alcalde que «la reina estaba contenta porque, al recorrer las calles, no ha visto papeles en los balcones (los «papeles» solían indicar que se alquilaban habitaciones) y eso demuestra que hay muchos forasteros». Lanzaron salvas de honor los barcos fondeados en la bahía y, terminada la recepción, «los cuarenta miqueletes destinados a Palacio, al mando del teniente Iñurrategui, comenzaron a hacer su guardia».
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