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Coches oficiales esperando frente al Palacio Provincial. Kutxateka
1920 | Buscando la paz universal
La Calle de la Memoria

1920 | Buscando la paz universal

Javier Sada

San Sebastián

Domingo, 28 de julio 2024, 08:08

Las pretensiones eran enormes. Apenas hacía dos años que se había terminado la Gran Guerra y se trataba de unir a las naciones en aquellos aspectos que estuvieran de acuerdo para evitar nuevos conflictos y llegar a la paz mundial. La primera cuestión para alcanzar el objetivo propuesto era utiliza el arma de la economía o, dicho de otra forma, bloquear a los países que recurrieran a la guerra para solucionar sus problemas. El segundo propósito era la creación de una Oficina Internacional permanente que controlara la higiene en el mundo. El tercero, establecer principios para las colonias y territorios que como consecuencia de la guerra habían dejado de estar bajo la soberanía de otro Estado. Y el cuarto, no menos conflictivo, crear un Tribunal Permanente de Justicia Internacional. Para conseguir estos y otros muchos asuntos relacionados con la necesidad de alcanzar un «entente cordiale» o tratado de no agresión entre países, el 28 de junio de 1919, en Versalles, se había fundado la Sociedad de Naciones (antecedente de la ONU) asistiendo 42 países a la primera asamblea celebrada en Ginebra.

1920

Se dijo que con la cita de la Sociedad de Naciones «la ciudad nunca había estado tan en el centro del mundo»Las habitacionesde los hoteles se convirtieron en los despachos oficiales de quienes decidían el futuro político

El consejo de la sociedad se creó el 30 de enero y estos días, finales de julio y primeros de agosto, se llevó a efecto una de las reuniones programadas, precisamente, en San Sebastián, para estudiar cómo llegar a un acuerdo sobre la repatriación de los prisioneros de guerra que continuaban en Rusia y Siberia, garantizar los derechos de las minorías polacas, intervenir en el conflicto que sobre las islas Aland tenían Suecia y Finlandia y aceptar o no las adhesiones a la sociedad de Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Georgia, Armenia, Ucrania, Islandia, etc.

Y los representantes de los ocho países que a la sazón formaban la sociedad, Francia, Reino Unido, Italia y Japón como miembros permanentes, Bélgica, Brasil, Grecia y España como no permanentes, dispuestos a debatir tan delicadas cuestiones, llegaron a San Sebastián el 28 de julio, celebrando sesiones hasta el 5 de agosto. Se escribió en la prensa local que «nunca la ciudad ha estado tan en el centro del mundo» y que «han convertido las habitaciones de los hoteles en los despachos oficiales de los representantes de las naciones».

«El trajín de vehículos desde la frontera hasta San Sebastián fue constante y por las calles de la ciudad se veía a los distintos consejeros: el italiano Tittoni esperaba en los salones del Cristina; el de Bélgica, con su señora, paseaba por la Concha y a Matsui, el japonés, se le veía recorriendo las calles en solitario; el griego, Scasei, recorrió en coche los alrededores y Quiñones de León, representante español, se interesó por la arquitectura de algunos edificios mientras Balfour, el británico, marchaba hacía Igueldo, como lo hizo el brasileño Da Cunha».

Los salones de la Diputación fueron «el centro neurálgico de las reuniones», por lo que en el edificio reinaba «una febril actividad». Los miqueletes, con cornetas, en la puerta del edificio para recibir a los políticos y en la plaza un numeroso público, curioso, que esperaba para ver a tan importantes personajes. A su llegada, «los participantes eran obsequiados con una lujosa cartera en la que además de un bloc para notas figuraba una colección de vistas de San Sebastián, un plano detallado de la provincia y otro de la capital y la tarifa de coches de alquiler. Cerraba las carteras un broche damasquinado de Eibar». No faltaron almuerzos en el Ayuntamiento, Miramar, Gran Casino, Diputación y monte Igueldo y actividades festivas paralelas.

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