
La calle de la memoria
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La calle de la memoria
1924 | «Diadema de pedrería» en la bahía al anochecerEl atardecer es un milagro cotidiano. Ese leve sobrecogimiento ante unos momentos de cambio, entre las luces del día y las sombras de la noche.
En la calle de la Memoria de hoy dedicamos un rato a ver anochecer. Lo hacemos reproduciendo el artículo que escribió Alberto Pedrosa en el periódico 'La Voz de Guipúzcoa' el 27 de abril de 1924. Su descripción del inicio de una noche en San Sebastián sigue sirviéndonos hoy, exactamente un siglo después.
«Del crepúsculo vespertino no quedaba ya más que un destello lejano allá en el horizonte, donde el cielo y el mar parecen oscularse en ingente curva de radio infinito. Allá lejos, muy lejos, una coloración distinta del cielo , una tenue claridad, algo más acentuada, señalaba el punto por donde dos horas antes el sol parecía haberse hundido en las aguas tranquilas del mar en calma».
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Hace un siglo describían un atardecer en la Concha. «Cientos de focos luminosos brotaban como por encanto». «Las luces se multiplicaban reflejándose en las aguas tranquilas de la mar, semejando una colosal diadema de brillante pedrería»
«La ciudad, cubierta por las sombras de la noche, que avanzaba silenciosa, envolviéndola en nieblas, se aprestaba a sustituir la luz del día por los medios artificiales que la ciencia ha inventado, pretendiendo en su orgullo igualar a la luz del sol. Cientos de focos luminosos brotaban como por encanto en los diversos sectores de la urbe, y en breve tiempo cambió totalmente de aspecto el panorama que minutos antes ofrecía San Sebastián, contemplado desde el camino de Igueldo».
«Imposible contar los cientos de luces que desde el extremo más avanzado del viejo puerto limitaban la ciudad, siguiendo la línea del Parque, la Concha y Ondarreta. Hermoso e indescriptible era el fantástico aspecto de aquella decoración, propia de inmenso escenario, donde se representase una obra de gran espectáculo jamás imaginada. Las luces se multiplicaban reflejándose en las aguas tranquilas de la mar, semejando una colosal diadema de brillante pedrería, orlando la noble frente de Easo la bella, que, orgullosa, de su hermosura, se contemplaba gozosa en el inmenso espejo de la bahía».
(Y eso que hace cien años la iluminación de la Concha era menor. Sigamos leyendo a Pedrosa y conteniendo la respiración ante el anochecer).
«La atmósfera en calma, pura y transparente, impregnada de un grato olor a mar, contribuía a hacer mas atrayente la contemplación del sublime cuadro natural que ante nuestra vista se presentaba».
(Aquel artículo terminaba teñido de negro...).
«Avanzaba la noche con sus negruras, y la diadema de luz avaloraba más y más la belleza del paisaje, cuya contemplación llevaba a un éxtasis delicioso, en el que se mezclaban bellezas, encantos y sensaciones de íntimo bienestar, que hacían olvidar, siquiera unos momentos, realidades repulsivas, actualidades repugnantes que huelen a mesa de disección, a vicios, a depravaciones inconcebibles y malditas».
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