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Huele mal o no huele mal en el estanque de la plaza de Gipuzkoa? Hace un siglo se vivió una intensa y rápida polémica al ... respecto. El 9 de abril de 1924, el periódico 'La Voz de Guipúzcoa' recogió en un artículo varias quejas ciudadanas, concluyendo con dos referidas a nuestra querida plaza Gipuzkoa.
Por un lado, un comunicante llamaba la atención «irónicamente» sobre «las bambalinas que adornan los techos de los portales de la Plaza de Guipúzcoa, sobre todo los correspondientes a las entradas de la Diputación provincial. Cientos de telarañas cubren por completo el techo raso en muchos sitios», por lo que animaban a usar «una vara o caña larga, con un plumero en uno de los extremos», para acabar con tal «decoración arácnida».
Segunda queja: «También nos aseguran que las aguas del estanque que hay en dicha Plaza de Guipúzcoa, como tales aguas estancadas despiden olor fétido y nauseabundo (...). Al estanque de los patos no se puede uno aproximar sin que se tenga que retirar de allí, llevándose el pañuelo a las narices y diciendo: ¡uff, qué peste!».
Añadían que «por aquellos contornos corren y juegan los niños, que se aproximan al agua para echar pan a los patos y a los peces, y pudiendo resultar el estanque un verdadero foco de infección». Animaban por ello a limpiar sus fondos.
Vivimos ahora en los tiempos de la inmediatez y hace un siglo eran los de los ritmos calmosos. Sin embargo, las opiniones sobre este tema se aceleraron. Tras leer 'La Voz de Guipúzcoa', el alcalde Juan José Prado se acercó al estanque supuestamente apestoso, descubrió que en aquel momento no olía mal, lo comentó a un periódico vespertino que no hemos conseguido localizar, que publicó su comentario por la tarde, que leyeron quienes habían escrito la queja en 'La Voz de Guipúzcoa' y volvieron a escribir, de modo que al día siguiente, el 10 de abril de 1924, casi en directo para la época, ya salía publicada su réplica al alcalde, que se resumía en el titular que pusieron en el periódico: «No huele, pero... olía».
1924 < /style >
El olor del estanque de la plaza Gipuzkoa, por la putrefacción de sus aguas estancadas, dio que hablar hace un siglo. Cuando 'La Voz de Guipúzcoa' alertó de que podía resultar «un verdadero foco de infección», el alcalde fue a verlo, pero nada olió.
«Es cierto que hoy no huelen las aguas del estanque –admitían–, que con la acción del calor de los días pasados, que aumentaba la fermentación y favorecía la putrefacción, contribuían al desarrollo de olores, que fueron los que motivaron nuestra natural advertencia».
Y añadían: «Desaparecida la causa, han desaparecido con ella los efectos, que no pudo apreciar el señor Prado en su diligente visita, que es muy de agradecer, pues prueba que se toma interés por cuanto puede redundar en beneficio de la hermosa ciudad que representa; pero créanos el señor Prado: los días pasados, cuando apretó el calor algo y 'las hojas del árbol caído' no eran juguete del viento, sino que se descomponían en la tranquila superficie del estanque, en éste, como en Dinamarca, había algo que olía... y no a ámbar».
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