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En la postguerra se escuchaban cacareos de gallina por las calles donostiarras. Algunos afortunados trajeron una o varias gallinas del pueblo que, instaladas en un ... balcón, ventana o patio, suponían una fuente de huevos para combatir el hambre. Pero mucho antes, hace un siglo, también había donostiarras que tenían gallinas en su casa. Lean lo que encontramos en el periódico 'El Pueblo Vasco' el 17-XII-1924...
«¿Desde cuándo está permitida la cría de gallinas en el interior de la población? Que a mí me parezca en nuestro patio por lo menos hay dos gallineros del lado de la calle Euskal-Erria. Pregunta una gallina de arriba y contesta otra de abajo; y así, con ese absurdo cacareo, nos tienen fastidiados toda la noche y todas las noches. Y ya hace algún tiempo. Hay gallina que imita al perro cuando éste imita a la persona dolorida».
Y, entre tanto cacareo, pedían con exclamaciones: «¡Que se cumplan las ordenanzas municipales! Si como son dos los gallineros, son doscientos, nos van a poner también la carne de gallina. Yo por mi parte, les concedería prórroga hasta fin de año. Y en llegando Navidades... ¡que se las coman!». Tal era la propuesta para aquel lector, que firmaba con un seudónimo que era más un deseo, 'Un dormilón'.
Apareció aquella queja en 'Tribuna de los espontáneos', intermitente apartado de participación de 'El Pueblo Vasco' en el que, en otro día de diciembre de 1924, encontramos una llamada de atención sobre algo que ocurría en el frontón de Atocha...
«Ocurre, simplemente, que debido a la falta de educación de que dan muestra muchos espectadores, con su costumbre de meterse materialmente en el terreno de la cancha, se pierden con lamentable frecuencia –y con la consiguiente indignación de los concurrentes sensatos– los 'tantos', a causa del estorbo que dicha mala costumbre produce».
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