Pasada la mágica noche de Reyes y tras el día siguiente, en el que las cajas que envolvían los regalos superaban en atractivo a los propios juguetes, la montaña de papeles que los envolvían se acumulaba en el suelo y la baba caía sobre los rostros de los adultos extasiados por la sonrisa de los más pequeños, llegaba el primer lunes escolar y siete días para ver, sin poder disfrutarla, la fantasía escondida en cada preciado obsequio de los Magos.
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El primer fin de semana era el momento para salir a la calle y exhibir la correspondiente pepona, el coche de capota, los resbaladizos patines, el camión de hojalata con cuerda cuando las pilas eran ciencia ficción o, los más afortunados, demostrar su lustrosa bicicleta. En casa quedaba el mecano, el rompecabezas de cartón, la arquitectura con tacos de madera, los indios y vaqueros con su correspondiente fuerte y caravanas, los cromos, recortables y otros fantásticos juegos que divertían a la grey infantil.
Pero los divertimentos que duraban todo el año, sin tener que pasar por caja, eran más espontáneos y artesanales, facilitando lo que ahora se conoce como socialización y por doquier, terminadas las clases, permitían que en cualquier plaza, esquina o calle, el mundo infantil formara grupos para, a caballo entre el XIX y el XX, según se cita en viejos textos del padre Larramendi y Calei Cale, «jugar al bix bix, a la perratxa, al atrakaputx, al kalaba, al solomoso, mandoka, kinkiñetan, txirikill… a la txiba, soka-salto, txista, laban-jokua… a las canicas, botoi-jokua, burruka, los laukos, irtenetan, apullaka, txolotean…».
Allá por 1890, el atrio de San Vicente, al pie del letrero donde se leía «Se prohibe jugar a la pelota bajo multa de cuatro reales vellón», cuéntase que era el lugar indicado para jugar al fueraka, pudiendo participar todos los que quisieran hacerlo fallando y quedando fuera el que daba al balón dos veces seguidas. En el bix bix había que pegarse con el balón, en la perratxa se golpeaba la pelota con un palo que tenía el extremo doblado, y para el atrakaputx, el kalaba y el solomoso o solomososuetan se utilizaba una txapela en lugar de pelota.
1925
Cualquier calle, plaza o esquina era lugar apropiado para jugar a la comba, al escondite, a las chapas o las chivas
Desaparecieron el losa bastos, el apulletan y el kin-kilivió, el kalabetan y el anchichukaketan pero otros como 'a la una salta la mula' llegaron hasta los años sesenta, compartiendo espacio con el chorropicotayoque, guardias y ladrones, a bules, a coger, el pañuelo y los grandes circuitos que eran las cunetas de las aceras, donde con engalanadas chapas, rellenas con fotos de jugadores o ciclistas de moda, se disputaban reñidas carreras.
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Aquellos años, ellas eran expertas en saltar a la cuerda, jugar al escondite inglés, al yo-yo, al diávolo y a txingos, mientras ellos, entre guerras intentando destruir sus trompas, peonzas o rayuelas, descubrían que además de las canicas de barro existían las de cristal, que valían por dos, y unos canicones de colorines que se cambiaban por una burrada de las de barro.
Las abuelas jugaban al parchís, los aitonas al dominó y unas y otros se entretenían con las muchas variantes que ofrecían los naipes, barajas que a partir de hoy, 14 de enero de 1925, definitivamente dejarían de ser manejadas en los casinos donostiarras al confirmarse que, desde esta fecha, y después de pasar dos años con muchas dudas sobre la decisión final del Gobierno confiándose en una excepcionalidad para nuestra ciudad, quedaba prohibido el juego en San Sebastián.
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