
La calle de la memoria
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La calle de la memoria
1946 | Y nacieron nuevos barriosFueron interesantes, qué duda cabe, algunas de las decisiones tomadas ayer (1946), por la Permanente municipal. El comprar un reloj para colocar en la fachada ... de la iglesia de San Ignacio, vendría bien al vecindario del barrio; aprobar las subvenciones para celebrar las fiestas de Ategorrieta, Loyola e Igueldo y apoyar al Coro Maitea no estaba mal, y el responsable del área de los celadores dio cuenta, orgulloso, del escrito recibido de Renfe, agradeciendo el comportamiento de cuatro guardias municipales con motivo de un reciente accidente.
Lo del reloj tenía su aquel. En la sección 'Sirimiri' de El Diario Vasco se hacían votos para que fuera un «reloj serio» porque el actual, eléctrico, con las restricciones de energía «se ha armado un lío que ya no sabe qué hacer».
Se echaba en falta aquellos relojes antiguos, feos y gordos, que marcaban la hora a su hora.
Pero todo esto eran anécdotas, puras minucias, en relación a lo que se anunciaba en la última página: El Ayuntamiento de San Sebastián va a construir, inmediatamente, 252 viviendas. Más de once millones de pesetas presupuestados, para unas obras que comenzarán en sesenta días. Las rentas mensuales oscilarán entre las 100 y las 180 pesetas... ¡A apuntarse!
Encontrar casa en la ciudad era demasiado caro para la mayoría de sus habitantes, por lo que «es necesario construir viviendas económicas para empleados modestos y trabajadores, que sean modernas, higiénicas y acordes con el confort al que está acostumbrada la población donostiarra».
No se trataba de «construir edificios para viviendas ultrabaratas, que sirvan de refugio a una emigración de gente sin trabajo», que debía ser atendida por otros canales de la Administración. De lo que se trata, decía el alcalde Rafael Lataillade, es de solucionar con medidas drásticas la escasez de vivienda que existe, apta para las posibilidades de la clase trabajadora.
Por cierto que Lataillade no pudo ver terminado su proyecto: inesperadamente, de la noche a la mañana, al año siguiente, los donostiarras se enteraron que en el Boletín de las Cortes se publicaba la autorización al gobernador civil para nombrar nuevo alcalde. Eran cosas que aquellos años pasaban con frecuencia.
Sigamos: ya estaba encargado el proyecto al arquitecto municipal Luis Jesús Arizmendi y comenzada la construcción de 160 casas en Amara y 120 en Eguia, con la idea de que no se distinguieran, como «guettos de discriminación social», con relación al común de los edificios de la ciudad.
Como término medio, cada vivienda tendría tres habitaciones con cuarto de baño completo, además de cocina, comedor, despensa y armarios empotrados. Dispondrían de gas y enchufes industriales para hornillos eléctricos y calefacción. El entorno de los edificios estará limitado por setos con zonas verdes para la expansión familiar, disponiendo de parques infantiles, fuentes, bancos, elementos ornamentales de jardinería y tupido arbolado.
El alcalde «ha preferido estos bloques aislados de poca altura, solamente tres plantas, en pleno campo, con fáciles comunicaciones, en lugar elegir construcciones de formas compactas, gran altura y aspecto cuartelero, propensas al hacinamiento, repercutiendo todo ello en la salud y el bienestar general de las familias».
Siete millones para Amara, cuatro para Eguía y nuevos planes para otros barrios... Cuatro años más tarde, los barrios de San Roque en Amara y San Francisco Javier en Egia, fueron una realidad.
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