En la playa faldas ellas, camiseta y pantalón ellos. KUTXATEKA
La calle de la memoria

1951 | Moralidad y buenas costumbres

Javier Sada

San Sebastián

Miércoles, 26 de junio 2024, 06:57

El verano había llegado y no ocurría como con la primavera de Machado, que nadie sabía cómo había sido. En esta ocasión los funcionarios estaban ... muy al tanto y, a toque de calendario, desde el Gobierno Civil, tal día como hoy del año 1951, se publicó la normativa que debía cumplirse en las playas a la hora de tomar baños.

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No es que la oficialidad estuviera empeñada en el tema pero, «ante la proximidad de la temporada veraniega y con el fin de proteger las más elementales normas de pudor y decencia», era preciso tomar las medidas adecuadas teniendo en cuenta, además, que cada vez estaban más extendidas las malas prácticas higiénicas.

Por descontado que en la mente de aquellas personas ni siquiera se contemplaba la posibilidad de que alguien intentara seguir con las prácticas republicanas, que «permitían acudir al agua vestidos con el traje de Adán y Eva, siempre y cuando fuera allá en la lejanía de Miraconcha, cerca del túnel».

No. Nada de eso. Este año, el Ministerio de la Gobernación recordaba que estaba prohibido «el uso de prendas de baño que resulten indecorosas, las cuales necesariamente deberán cubrir el pecho y la espalda debidamente, llevando faldas las mujeres y pantalón de deporte los hombres».

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1951 En la playa

hombres y mujeres deberían cubrirse pecho y espalda, llevando ellas falda y ellos pantalón de deporte

Tendría que pasar más de una década antes de que los hombres pudieran estar en la playa sin camiseta, pero todavía, a comienzos de los 50, el uso del traje de baño quedaba muy limitado al interior del agua, quedando prohibido durante «la permanencia en playas, clubs, bares, restaurantes y establecimientos análogos; bailes, excursiones, embarcaciones y, en general, fuera del agua, ya que éste tiene su empleo adecuado dentro de ella y no puede consentirse su uso más allá de su verdadero destino».

Ya en el año 1926, el cronista donostiarra Alfredo R. Antigüedad, escribía en 'La Voz Valenciana' sobre «La moralidad y el ridículo: las cosas absurdas que están haciéndose en la playa de San Sebastián», llegando a pedirse que no se autorizara el baño en días de baja mar para que la distancia entre el voladizo, es decir, las cabinas, y la orilla fuera menor.

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Faltaban cuatro años para que estallara «la guerra de los albornoces», cuando pensantes liberales empezaron a ceder para que pudiera irse a la playa directamente desde el domicilio o el hotel, luciendo un albornoz que, una vez quitado, daba rienda suelta al traje de baño, siendo así que este 1951 «queda prohibido que hombres o mujeres se desnuden o vistan en la playa, fuera de la caseta cerrada, para cambiar el traje de calle por el de baño o viceversa».

El gobernador civil interino, Alejandro Cabezas, recordaba que se multaría, así mismo, «cualquier manifestación de desnudismo o incorrección que pugne con la honestidad y buen gusto tradicionales entre los españoles», y de la más fiel observancia y el más exacto cumplimiento se encargarían los agentes de la autoridad que «denunciarán a los infractores con el fin de que sean corregidos debidamente».

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Estas medidas deberían observarse en calles, playas, riberas de los ríos, piscinas y demás lugares de excursionismo así como en locales de esparcimiento, con una sola excepción: «se permitirá tomar baños de sol en solarios tapados al exterior, siempre que haya separación de sexos y se cubran con albornoces al salir de dichos solarios».

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