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Pocas veces la pisamos, pero siempre sentimos su presencia. A fin de cuentas, la silueta de la isla de Santa Clara destaca en el centro ... de la gran postal donostiarra. Por ello, no extraña que haya suscitado tantas ideas y proyectos. El último, 'Hondalea', es de los pocos que se han hecho realidad. Pero antes se han barajado monumentos, instalaciones, fuentes y ampliaciones para mejorar una Santa Clara acaso inmejorable.
En el lejano año de 1894 ya hubo un donostiarra, Alberto de Palacio, que movió sin éxito su deseo de que el Gobierno le cediese a perpetuidad la propiedad de la isla a cambio de comunicarla con la ciudad mediante un ferrocarril sobre pilotes tubulares desde el Muelle.
En 1954, no sabemos bien por qué ni por quién, volvió a hablarse en la ciudad de la posibilidad de unir la isla con el continente (con lo bien que está ella solita), esta vez por el lado de Ondarreta. Lo leemos en DV el 23 de mayo de 1954...
«Un tema de gran interés para San Sebastián es el de la conveniencia o inconveniencia de dar un acceso terrestre a la isla de Santa Clara. Hay muchos partidarios de darlo. Pero seguramente son más los que opinan que, a cambio de esa comodidad, la isla perderá su mayor encanto».
Argumentaban hace siete décadas contra tal unión... «La isla, con su obligado paseo en lancha, tiene hoy un atractivo que lo perdería. Juega aquí un poco la imaginación tomando pie de una realidad como es el hecho de encontrarse uno en una isla. Siempre es más pintoresca una isla sin uniones que la contradicen, solamente aconsejables ante intereses respetables que aquí no se dan».
1954
Se hablaba de la posibilidad de que la isla de Santa Clara se uniera al continente. Menos mal que se dieron cuenta de que Ondarreta «perdería su horizonte marítimo a cambio de la desagradable vista de un muroo escollera antiestéticos»
Txibirisko, autor del comentario, únicamente era partidario de un cambio vegetal...
«Creo preferible dejarla aislada, mejorándola con una plantación de pinos escogidos, resistentes al aire del mar, que escalonándose con los de Urgull hermosearían la perspectiva actual, con ser ya muy bella, mirando desde Ondarreta».
Ni se unió la isla ni había un proyecto en firme, pero era y es de esas ideas que azuzan la imaginación de los donostiarras. Txibirisko volvió al tema, dos días después, para apuntar que la posibilidad sí contaba con un factor positivo...
«Desde luego, va en su favor que se evitaría la contaminación de la bahía con las aguas de la alcantarilla». Aún no se hablaba de colectores submarinos y se pensaba en poner el desagüe al otro lado de un muro. El propio autor reconocía que era poca ganancia frente a una vista horrorosa...
«Pero frente a esta indudable ventaja, el murallón de acceso tiene en contra inconvenientes de orden estético tan grandes que hacen recusable su proyecto. Y es que, dada la altura que ha de tener para librar a los paseantes de las embestidas de las olas, dejará a la playa de Ondarreta privada de la vista hacia altamar. En realidad no se verá desde allí el mar, y le parecerá a uno hallarse ante un pequeño lago, posiblemente sin oleaje, aunque sobre este extremo tendrían que dictaminar los técnicos. Pero lo positivo es que, sin olas o con ellas, la playa perderá su horizonte marítimo a cambio de la desagradable vista de un muro o escollera antiestéticos, donde quedará aprisionada».
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