
La calle de la memoria
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La calle de la memoria
1954 | Pendientes de una gaviota con la patita rotaLas gaviotas nos caían muy bien. Ya fuera por influjo del libro 'Juan Salvador Gaviota', de Richard Bach, del «Pasarán gaviotas veloces, altas gaviotas, sobre ... casas de cristal...» de Celaya o por las 'Cien gaviotas' de Duncan Dhu. Eran aves marinas, soberbias, admirables.
Ahora que nos roban los bocadillos en la playa, vuelan hacia el interior y se comportan como aparatosas palomas, se han vuelto impopulares. Sin embargo, en 'La calle de la Memoria' de hoy les traemos dos bonitas historias de gaviotas. Aparecieron en DV a principios de 1954. La primera, que leemos en la edición del 7 de febrero de hace setenta años, tiene como protagonistas a un niño bueno y una gaviota checa...
1954
Dos gaviotas aparecían por las páginas de DV hace siete décadas. Una, porque un niño había descubierto que había venido volando desde la lejana Praga. Otra, porque malvivía en el estanque de la plaza Gipuzkoa sin poder volar
«El niño de cinco años Eugenio Antonio Egoscozábal Ubarrechena, que además de ser muy bueno y obediente, quiere a las gaviotas, abrió, como todos los días, el balcón de su cuarto. A los pocos segundos, tenía un ejército de gaviotas volando junto a él y en la balaustrada. Comenzó la tarea diaria de darles de comer y de acogerlas en sus manos, una a una, para acariciarlas y corresponder al agradecimiento inocente de quienes se saben son atendidas con generosidad y cariño».
El niño se fijó en una gaviota concreta que «tenía algo de extraño, pues sus piruetas no eran las normales». Como había sabido de la noticia de DV de que había aparecido en San Sebastián una gaviota anillada procedente de Holanda, se fijo en las patas de aquella gaviota de las piruetas, que comía granos de arroz de su mano.
«Descubrió un anillo. Al intentar sujetar a la gaviota, ésta echó a volar y dejó en las manos de Eugenio un anillo cuya inscripción es la siguiente: 'Nmuseum Praha. X-Csr. E-125363'». ¡La gaviota procedía de Praga!
En el extremo opuesto a un ave tan viajera, en 1954 los donostiarras estaban pendientes también de otra gaviota que, la pobre, tenía una patita rota. Muchos la habían visto en el estanque de la plaza Gipuzkoa, hasta que, en la sección 'Ecos de Sociedad' (por lo que vemos, abierta a ecos de todo tipo de especies) publicaron un mensaje tranquilizador el 9-I-1954...
«La gaviota que no puede volar y que veía volar desde el estanque de la Plaza de Guipúzcoa, ya no está con los cisnes. Un señor, un gran señor, se la ha llevado a su casa para atender a la curación de una de sus patas». Agradecían el gesto y la mejora que suponía para un animal que «ya no temerá la presencia de los gatos que la rondaban para hacer presa en ella».
El caso fue objeto de cierto seguimiento, puesto que el 11 de febrero Txibirisko respondía a las numerosas consultas interesándose por la salud de la refugiada: «La fractura de una pata que sufre la gaviota ha entrado en período de franca mejoría. Ya se tiene en pie y no ha de pasar mucho tiempo sin que vuelva al estanque».
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