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El mundo estaba loco. Los políticos no sabían qué hacer para complicarnos la vida. Toda la vida comprando de la misma forma y ahora resultaba ... que, como en las películas americanas, se podía ir a las tiendas y coger cada uno lo que quisiera. ¡Hala, llenas la bolsa y a casa! Los periódicos, intentando ser didácticos, repetían que las cosas no eran así, porque hecha la compra, «unas señoritas, simpáticas y agraciadas, se encargarán de hacer la cuenta».
Pero, ¿qué cuenta?. ¿Quién la controlaría? ¿Pondrían un municipal junto a cada cliente?... Y los cronistas aseguraban que, para la seguridad de todo el tinglado, «se han traído unas modernísimas máquinas registradoras, de la marca National, fabricadas en Norteamérica, y que con plena garantía se vienen utilizando en América». Para los progres, era «ponerse al día» e intentaban multiplicar el proyecto; para los más conservadores, que aseguraban «se trata de una moda que pasará pronto», suponía el hundimiento del comercio. Los avances que tienen que llegar llegarán, decían los unos. ¡Que nos dejen como hemos estamos siempre¡, decían los otros.
Así las cosas, llegó el 7 de agosto de 1958 y en un despliegue de coches oficiales llegaron hasta el edificio del Kursaal los ministros Camilo Alonso Vega (Gobernación), Alberto Ullastres (Comercio), Cirilo Cánovas (Agricultura), y Pedro Gual Villalbí, también ministro pero sin cartera, siendo recibidos, como habitualmente se escribía, por las «autoridades eclesiásticas, civiles y militares».
1958 El ministro Ullastres
asegura que «los supermercados no son para los veraneantes sino para los productores y las amas de casa»El primero que se abrió, el del Kursaal, duró un año pero luego se anunciaron otros más grandes
No faltaron el obispo, Jaime Font Andreu, que bendijo las instalaciones, y el alcalde, Antonio Vega de Seoane, pudiéndose decir que asistieron todos los que eran alguien en el mundo de la autoridad local y provincial. Entre crítica y crítica algo hacía sonreír al respetable: en aquel primer supermercado de la historia donostiarra, que seguía los pasos del que ya estaba funcionando en Barcelona, «los artículos se venderán a precios más baratos que en el comercio tradicional».
Los primeros clientes vieron que el aceite de oliva se ofrecía a 22,80 pesetas el litro, el azúcar a 6,50 pesetas el medio kilo, la harina a 8,50 pesetas el kilo y, por ejemplo, los huevos a 26 pesetas la docena. Y claro, tocado el bolsillo también se tocaron algunos criterios. La primera persona que pasó por caja en el nuevo supermercado fue la señora María del Carmen R. de Usandizaga. Ese mismo día se comunicó que las centrales lecheras pagarían al ganadero cuatro pesetas por cada litro de leche y que al público se vendería a 5,48. Ya lo dijo Ullastres en su discurso: «Los supermercados no son para veraneantes que pagan lo que sea, sino para los productores y las amas de casa de los 20.000 obreros que tiene San Sebastián».
Acertaron quienes pronosticaron corta vida a este supermercado, pero no a la idea de los supermercados. Al experimento o ensayo, como se dijo, del Kursaal, que duró escasamente un año, seguirían otros, siendo así que el 14 de abril del año siguiente se anunciaba en EL DIARIO VASCO que «ayer fue inaugurado el Supermercado del Paseo de Colón, número 24, gestionado por la Comisaría de Abastecimientos y Transporte, que sustituirá al instalado en los bajos del Gran Kursaal», siendo catalogado como «uno de los mejor dotados de Europa»
Cuatro veces mayor que el del Kursaal, en sus estanterías se exponían 1.500 artículos distintos «frente a los 268 del anterior» y «podrá atender a cuatro mil compradores al día». La iniciativa privada, por su parte, comunicaba que abriría el tercero en la calle San Bartolomé.
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