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La calle de la memoria
1959 | Los serenos de comercioMucho modernismo, pero si al llegar a casa de noche te das cuenta que has perdido u olvidado la llave del portal, ya se tiene ... montado el follón, salvo que esto ocurriera hace medio siglo. Bastaba una palmada para que al otro lado de la calle se oyera el golpear del bastón en la acera y la voz del sereno diciendo ¡ya vaaaa! También esto molestaba a parte del vecindario, pero no faltaban quienes decían «Ya veremos qué pasa, cuando no haya serenos... ¡daremos ladridos a la luna!».
Porque los serenos conocían a cada vecino y comerciante del barrio, sabían sus usos y costumbres y difícilmente ocurría algo que escapara a su vigilante observación. Una luz mal apagada, un ruido anormal, un paseante sospechoso... Nada quedaba fuera de su control... «Los serenos –se escribía en El Diario Vasco– y los periodistas solemos ser buenos amigos. Cuando el periodista, obligado noctámbulo por su singular horario de cierre de la edición, regresa al hogar, es frecuente que los últimos metros los haga acompañado del sereno... Son momentos de confidencias... La ciudad guarda silencio... Todos duermen y nosotros charlamos».
Aquellos años la plantilla estaba formada por cuarenta serenos, aunque sólo veintiocho estaban en activo descontando enfermos y los que disfrutaban de vacaciones. No había cambio generacional. Ser sereno era una vocación más que una profesión y, claro, «con cuatrocientas pesetas mensuales ¡ni una perra más!... ¿quién se va a meter a esto?.... Y además sin Seguro de Enfermedad, ni Subsidio Familiar, ni jubilación».
Pero allí estaban, erre que erre, para, un día como el de hoy, festividad de San Pedro, «el de las llaves del Cielo», celebrarlo como patrón acudiendo a la misa de Jesuitas y al almuerzo de confraternidad, ocasión aprovechada para comentar sus grandes o pequeñas historiketas.
Su precariedad venía de antiguo. Ya en 1838 vivían de un impuesto creado para ellos, pagado por tenderos y almacenistas, hasta que hubo quienes creyeron que no eran necesarios, negándose a pagar los dineros y si no había «champones» no había serenos: el Ayuntamiento los suprimió de su plantilla «y pasaron los años viviendo de lo que voluntariamente les daba el vecindario».
Todavía en 1975 se discutía su problemática en el Ayuntamiento, pero era de difícil solución porque vivían en un limbo laboral y su municipalización quedaba una y otra vez sobre la mesa. Resultaba que para ser funcionario municipal no se podía tener más de 45 años y todos los serenos hacía tiempo que habían superado esta edad... no quedaba ninguno joven... ¿qué hacer con ellos?
Todos querían salvarles pero se trataba de un asunto legal, la Ley de Funcionarios de la Administración Local tenía un criterio muy definido y nada decía sobre «los serenos de comercio». Se hacían votos por la creación de un Cuerpo de Vigilantes Nocturnos Municipal a los que se pagaría 20.000 pesetas al mes, pero la realidad fue más tozuda y los serenos pasaron a ser parte de la historia nocturna de la ciudad.
Piqué, el popular sereno residente en la calle del 31 de Agosto, «fue alabado por la prensa local cuando Hipólito Herreda Medina, de Villarreal de Urréchua, perdió su cartera conteniendo documentos, un décimo de Lotería y 16.100 pesetas (el sueldo medio mensual de la época eran 3.600 pesetas). Cuando hacía la denuncia se presentó el bueno de Piqué con la billetera y al quererle gratificar contestó que «sólo he cumplido con mi conciencia y con el deber de ciudadano que me han enseñado».
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