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Los bancos ocupaban el espacio de los viejos cafés. Los automóviles sustituían al tranquilo paseo a pie o en coche de caballos de antaño. La ... arquitectura cambiaba la avenida de la Libertad, entonces de España, y el escritor Mariano Ciriquiáin-Gaiztarro entonaba en la última página de EL DIARIO VASCO un 'Requiem por la Avenida'.
En aquel artículo del 17 de noviembre de 1963 matizaba el autor que «la Avenida no ha muerto aún, pero lo cierto es que se está muriendo a ojos vistas (...). No hay más que mirarla. Hasta hace poco se defendió con gallardía, en un esfuerzo de trasnochada juventud».
El primer paso en el declive lo habían dado «los edificios que construyeron, o remozaron, unos Bancos hace algunos años, acomodándose a lo que hasta entonces había sido normal en San Sebastián. Y la Avenida no sufrió en su apariencia con las obras; al contrario, se rejuveneció dentro de su propia manera de ser, sin alterar su sustancia».
1963
Las entidades bancarias estaban cambiando la arquitectura y el ambiente de la Avenida de la Libertad. Adiós a «los paseos en coche de caballos», «las señoras encorsetadas», «los caballeros de barba y bastón»...
«Pero últimamente, las cosas han cambiado mucho, muchísimo –constataba Ciriquiáin-Gaiztarro–. Como tres arqueros de avanzadilla han irrumpido tres Bancos, en poco tiempo, alzando bandera por una Avenida nueva, reedificando sus construcciones a base de elementos y líneas arquitectónicas muy de su tiempo, pero en manifiesto desacuerdo con el ambiente peculiar de la calle. Después les ha seguido, en el propósito de reforma, una casa particular, con los exteriores de aluminio y vidrio, votando también por una Avenida totalmente distinta a la que conocimos de chicos. Ya son cuatro los edificios de nueva arquitectura. Pero actualmente la piqueta demoledora está deshaciendo varias casas que, posiblemente, serán sustituidas por otras del nuevo estilo».
La arquitectura de la arteria central donostiarra estaba mudando en 1963 y dando la estocada definitiva a lo que quedaba del ambiente de antaño, «la Avenida de los paseos en coche de caballos; la de las señoras encorsetadas con las faldas hasta el suelo y grandes sombreros a la cabeza; la de los caballeros de barba y bastón; la de los saludos con sombrerazos ceremoniosos. Todo eso murió, como el caballo del tango famoso, y la Avenida, que fue su escenario, se nos está muriendo a chorro, también».
Percibía Mariano Ciriquiáin-Gaiztarro hace sesenta años que «los nuevos modos de vida exigen, por lo visto, distintos telones de fondo. A las riadas multicolores y desenfrenadas de automóviles no les van bien los miradores con armazones de madera y una mesa camilla en el centro; a las señoras con la falda a la rodilla y el pitillo en la mano no les favorecen los aleros de los tejados; a los caballeros con la camisa encima del pantalón (...) tampoco les sientan los portales en el centro de la fachada, a la manera clásica».
Le embargaba al autor nostalgia ante una Avenida que pasaba de estar presidida por animados cafés a estar ocupada por entidades bancarias (esas que ahora dejan paso a las franquicias de ropa). Y extendía el sentimiento a toda la ciudad: «El San Sebastián de nuestros padres se está muriendo. ¡Viva el San Sebastián de nuestros hijos, aunque nos toque a nosotros hacer el triste papel de emparedados!».
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