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La calle de la memoria
1968 | Megafonía en la estación, pero no para los usuariosDurante muchos, demasiado años, la estación de los Ferrocarriles Vascongados o del Topo en Amara fue muy criticada. Pedía a gritos una renovación aquella estación ... con aspecto más bien de deteriorado y cochambroso apeadero pero ubicada en un lugar tan destacado como el Centro de San Sebastián.
La estación también recibió quejas hace 55 años por otro aspecto. Lo planteó «un vecino del Paseo de Errondo» en una peculiar carta que publicó EL DIARIO VASCO un día como hoy, el 12 de septiembre de 1968. Decía así...
«Un buen día, la empresa que explota la vieja y criticada estación de Amara decidió subirse al carro del progreso y colocó una instalación de altavoces en dicha estación. Parecía que con esta actitud se iniciaba una época dorada de afán de servicio».
1968
La criticada estación de los Ferrocarriles Vascongados en Amara instaló un sistema de altavoces, pero no con el fin de informar al público sino «para dar órdenes a sus empleados, con lo que molestan diaria y repetidamente a miles de vecinos»
«Pero no fue así. Resulta que los citados altavoces no se utilizan para informar al público, sino para dar órdenes a sus empleados, con lo que molestan diaria y repetidamente a miles de vecinos, a los que ni les va ni es viene si al tren veintitrés hay que engancharle cinco vagones o diez».
No es que fuera un consuelo, pero la molesta megafonía por lo menos servía indirectamente para enterarse del tiempo de demora que traía el tren...
«La mayoría de las veces –continuaba el lector de Errondo– estos altavoces se utilizan para informar del retraso con que llegan los trenes a los encargados de las maniobras. Como la falta de puntualidad es la tónica casi constante de los Ferrocarriles Vascongados, se repite continuamente el sonsonete de 'Atención, maniobras', y a continuación, 'el veinticinco con veintiocho', pongamos por caso (la última cifra se refiere a minutos de retraso, aunque normalmente no lo dicen los altavoces; más por pudor, seguramente, que por no molestar)».
Se preguntaba el comunicante en su carta...
«¿Es que no existen otros medios tan eficaces y menos molestos de comunicación interior en las empresas? Siguiendo esta línea de conducta, no sería extraño que algún ciudadano se animase a instalar un altavoz en su balcón para realizar sus compras, llamar a un taxi o, simplemente, para contar su vida al que se pusiese a tiro».
Nos quitamos de la cabeza aquella imagen surrealista y turbadora de una Donostia llena de vecinos armados con ruidosos altavoces, antes de reproducir el último párrafo de aquella indignada carta que apareció el 12 de septiembre de 1968...
«¿Cómo es posible admitir esta situación en una ciudad no ya turística, sino simplemente civilizada? Me resisto a creer que alguien haya autorizado esa instalación en su función actual, que atenta contra las normas de respeto, elementales en toda convivencia».
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