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La calle de la memoria
1968 | El sosiego retornaba en septiembreLa temporada veraniega aún no había acabado del todo. La noche anterior se había celebrado en San Telmo la «gala en honor al cuerpo diplomático» ... y al día siguiente empezaban las «fiestas eúskaras».
Sin embargo, ya estábamos en septiembre y en EL DIARIO VASCO se detenían en las características que singularizan este mes «de transición. Septiembre es verano y es otoño. Septiembre no es verano ni es otoño». En aquel septiembre de 1968, y acaso en este de 2023, cambiaba el ritmo y la luz de nuestra Donostia.
«Los veraneantes del verano-verano, los amigos del sol fuerte y de las largas estancias en las playas, empiezan a abandonarnos –escribían hace 55 años–. En su lugar, otro tipo de visitantes llega a nuestra ciudad: los amigos de las jornadas encalmadas, de los anocheceres prematuros, de los rayos tibios de sol».
1968
Donostia se transforma en septiembre. Hace 55 años constataban que «retorna un poco de sosiego a la ciudad». Y se quedaban «los amigos de las jornadas encalmadas, de los anocheceres prematuros, de los rayos tibios de sol»
«La ciudad, así, cambia de fisonomía. Las grandes muchedumbres se llenan de claros. En los aparcamientos –por fortuna– aparece de vez en cuando algún lugar que otro sin ocupar. Los tapones de tráfico escasean. Retorna un poco de calma, de sosiego, a la ciudad».
En aquel sensible texto de un redactor anónimo constataban que «también la playa se transforma. Las olas pierden su mansedumbre agosteña y se tornan ruidosas, animadas, diríase que traviesas. Aparece la resaca, las mareas vivas. Los altavoces descansan. Los niños, como si ya estuvieran cansados del juego de perderse, se ausentan de los altavoces».
El paisaje donostiarra se modificaba día a día. «Los verdes del monte Urgull palidecen. Se tornan, diríase, un poco menos verdes, casi rubios, un algo amarillentos. Los verdes del monte Urgull empiezan a responder a la llamada del otoño».
Nos agrada aquel paseo sensorial por el San Sebastián septembrino, que observaba que «por las noches refresca. Anochece antes. Amanece el día con una pereza que no tenía en el mes precedente. Los vientos cambian, el anochecer dispone de nostalgias olvidadas, el ánimo nuestro empieza a contraerse un poco, como si todos recobráramos un antiguo interés por nuestras intimidades».
En fin, que estábamos en septiembre, con su influjo en el tono vital de los donostiarras y con los últimos atractivos del verano. Faltaba por disputarse la bandera de la Concha (se la llevaría Hondarribia, por cuarto año consecutivo pero por el cómputo global; en el primer domingo se impuso Astillero y Lasarte-Michelín en el segundo).
Se anunciaban las euskal jaiak, entonces conocidas como «fiestas eúskaras», que desde el 7 hasta el 15 de septiembre de 1968 ofrecieron en la Parte Vieja pruebas de aizkolaris, bolos y toka, un festival folklórico en la plaza de la Trinidad, concursos gastronómicos y hasta una competición entre echadores de sidra. Y, por supuesto, la sokamuturra.
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