
La calle de la memoria
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La calle de la memoria
1969 | «Viven con el permiso del enterrador»Ustedes y nosotros ya sabemos que los famosos tamarindos del paseo de la Concha y otros puntos de la ciudad no son tamarindos, ni se ... puede cantar a su pulpa ni nada. Son tamarices. Los botánicos nos dirían que el tamarindo tiene grueso tronco, flores amarillas y pertenece a la familia de las papilionáceas, mientras que el tamariz o taray es un arbusto alto de la familia de las tamaricáceas.
Es igual, nos hemos acostumbrado a llamar tamarindos a los icónicos árboles donostiarras y de tamarindos hablamos en 'La calle de la Memoria' de hoy (aunque sepamos que de tamarices se trata).
1969
Preocupaba el estado de los tamarindos (en realidad tamarices) del paseo de la Concha. Estaban «agrietados, con el tronco hendido por años o vendavales, cementados hasta en su médula para ocultar lo que a veces no es otra cosa que un esqueleto»
El 15 de marzo de 1969 estos elementos del paisaje local eran motivo de preocupación. Lo escribían en la segunda página de EL DIARIO VASCO...
«Viene a ocurrir que estos entrañables tamarindos se encuentran, desde hace bastantes años a esta parte, en un estado francamente lastimoso».
Y añadían: «Son árboles viejos, caducos, de los que podría decirse, como de algunos infortunados mortales, que viven con el permiso del enterrador. Agrietados, con el tronco hendido por años o vendavales, cementados hasta en su misma médula para ocultar con decoro lo que a veces no es otra cosa que un esqueleto, con sus sarmentosas ramas ayudadas por hierros y alambres, constituyen nuestros tamarindos, hoy, lo que debiera ser para todos los donostiarras y su entidad representativa, el Ayuntamiento, un motivo de preocupación y un problema de estética».
Casi más como esqueletos que como seres vivos completos describían a aquellos ejemplares. Ciertamente, recordamos que antaño se les apuntalaba de fea manera con alambres y aplicaciones de un cemento imaginamos que especial. En marzo de 1969 su estado clamaba al cielo.
«Estos queridos tamarindos –continuaban–, en otras palabras, se nos han hecho viejos y están pidiendo a gritos una sustitución por árboles más jóvenes y vigorosos. Como esos viejos caballos que han trabajado la tierra durante toda su sudorosa vida y son caritativamente postergados a un establo apacible, creemos que nuestros viejos y añosos árboles debieran ser trasplantados a otro lugar mientras otros tamarindos –siempre tamarindos, árbol donostiarra– ocuparan su lugar».
«Al verlos así, decrépitos y cansados, venimos a recordar las estampas de esas mujeres maduras, de perdida belleza, que tratan con aceites y sucesivos embadurnamientos de ofrecer la pobre imagen de un cutis que tiene de todo menos de tensura».
Concluían hace 55 años que «nuestros tamarindos se nos han hecho viejos, como ocurre con los humanos y con todas las cosas de este mundo. Pensemos en su sustitución, como viene a acontecer con los humanos y con las cosas de este mundo».
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