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La calle de la memoria
1973 | Autobuses hasta los topes «sin limitación»Basta, ya está bien, que no somos cerdos!», exclamó la mujer que viajaba en un autobús de línea donostiarra hace cincuenta años.
En la hemeroteca ... de nuestro diario abundan las quejas contra el servicio de la antaño Compañía del Tranvía de San Sebastián. Junto a los motivos de crítica habitual, en los años 70 estaba también la práctica de permitir la entrada de usuarios hasta que estuviesen más apiñados de lo razonable.
Lo comentaban en la sección 'Sirimiri' el 23 de septiembre de 1973, bajo el titulillo de 'Autobuses a presión'. Leamos.
«Con la lluvia crece la clientela de los autobuses urbanos. Los autobuses urbanos no desperdician la ocasión. Y abren generosamente su puerta para que pase todo el mundo, todo».
1973
«El otro día, era talel agobio dentro del autobús que aún seguía admitiendo viajeros en la salida del Boulevard, que una señora, sacando de sus pulmonesel poco aireque le quedabapor la presión humana, lanzó unangustioso grito...»
Puestos a exagerar, el redactor no se echaba atrás, que continuaba afirmando: «Si estuvieran los 3.000 millones de habitantes del globo terráqueo en la cola, entrarían todos. Sin limitación alguna».
«Esos cartelitos donde pone el número de plazas son mera ornamentación. Hasta qué punto cargan gente, que cuando se orillan a la acera, si lo hacen, en las paradas, da la sensación de que van a volcar».
Llegamos al grito de la usuaria... «El otro día, era tal el agobio dentro del autobús que aún seguía admitiendo viajeros en la salida del Boulevard, que una señora, sacando de sus pulmones el poco aire que le quedaba, porque la presión humana ya se los había casi vaciado, lanzó un angustioso grito: '¡Basta, ya está bien, que no somos cerdos!'».
En DV se ponían irónicos... «La señora no tenía razón. Porque los cerdos, esos simpáticos animalitos gruñones que no tienen desperdicio, suelen viajar en camiones acondicionados al efecto, y por tanto con una comodidad que no tenemos derecho los pasajeros de los 'urbanos'. Debió haber gritado '¡que no somos anchovies al oilie!', pongo por caso. Los viajeros estaban como las pacas de chatarra prensada. No sí ni cómo pudo cerrar las puertas el conductor-cobrador. Otro invento en pro de la comodidad... de la compañía)».
La desaparición de la figura del cobrador aún era reciente y algunos le echaban en falta. Estamos en el Boulevard, en un autobús hasta los topes, pero el agobio no ha hecho más que empezar...
«Y luego, a sembrar el terror –escribían el 23-IX-1973–. Porque nadie como los autobuses urbanos para saltarse los semáforos en rojo o arrancar comiendo el terreno a la circulación sin esperar a que pase ni siquiera el coche que está a su altura, o taponar una calle para no molestarse en hacer la más mínima maniobra en las paradas, deteniéndose a tres metros de la acera».
Se quejaban hace cinco décadas de la bula que parecían tener los conductores de buses. «Porque a la hora de la verdad, ¿cuándo han visto ustedes un autobús urbano parado con un guardia delante tirando de talonario?».
La nostalgia invadía al anónimo redactor del texto: «¡Ay, aquellos tiempos de los románticos tranvías!». Y recordaba la vieja anécdota de «una señora, veraneante madrileña», que le pidió al conductor de un tranvía donostiarra: «¿Me hace el favor de parar en el número tal?», a lo que el chófer contestó: «¿En qué piso, señora?». En 1973 apostillaban: «Por lo menos, había humor».
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