Restos del coso taurino, en su montículo.

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Restos del coso taurino, en su montículo. ARTURO DELGADO / KUTXATEKA

La calle de la memoria

1974 | Derribo del Chofre: «¡Ya no queda nada!»

Mikel G. Gurpegui

San Sebastián

Viernes, 5 de abril 2024, 02:00

El relato estaba teñido de dramatismo: «A las 12,13 horas del día 4 de abril de 1974, como estaba previsto; así, con esa frialdad, ... cayeron con gran estruendo las torres de la Plaza del Chofre. Llovía. Todo eran charcos y la humedad nos atenazaba los pies. Así era mejor, decían los técnicos: se evitaba la polvareda».

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Pues sí, hace cincuenta años se produjo la demolición de la plaza de toros del Chofre, que impactó a los aficionados (y eso que no sospechaban que hasta 1998, con el nacimiento de Illumbe, se quedarían sin festejos taurinos) y dejó un poco más desguarnecida a nuestra ciudad, que aún no se había recuperado de otro derribo histórico, el del Gran Kursaal, en enero de 1973.

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Hace medio siglo fue demolida la plaza del Chofre para construir el Nuevo Gros. «Todo se nos va: cafés, Kursaal, plaza de toros... Todo cambia. Otras modas y otros modos suplen a lo arrumbado o derribado», escribieron entonces con tristeza

Un testigo, Luis Cristóbal, describía con desgarro la desaparición del Chofre en la edición de DV del 5-IV-1974...

«En el ruedo y expectantes, un poco temerosos, los técnicos, obreros y media docena de curiosos. Allí estaba yo, bajo el paraguas brillante, pantalón arremangado y solo, junto a la puerta de lo que fueron toriles. Mudo testigo, aterrado, fedatario solemne».

«Una palanquetadas para tensar los cables que de las torres a la puerta de cuadrillas se habían tendido y... con gran limpieza, con la dignidad de un ajusticiado valiente, ambos símbolos se desplomaron. Retumbó el suelo, se nos sobresaltó el ánimo, pero en menos de seis segundos todo estaba hecho».

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«El conserje de la plaza –con su inseparable perro, empapado– y yo, nos miramos en silencio. Nos dimos la mano, los ojos, vidriosos y así, en silencio, bajé del altozano al ruido de la ciudad. Era como asistir al entierro de un amigo».

«Por la cuesta –el pavimento agrietado– bajaba el agua en torrentera. Al alzar la vista por última vez, una frase me golpeó las sienes: ¡Ya no queda nada!».

«Una inmensa tristeza»

Dos días después, el mismo Luis Cristóbal unía la demolición a todo un tipo de ciudad que estaba desapareciendo...

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«Todo se nos va: cafés, Kursaal, plaza de toros... Todo cambia. Otras modas y otros modos suplen a lo arrumbado o derribado. Quizás sea mejor. No lo sé; no me he detenido a pensar. Sólo sé que tengo tristeza. Una inmensa tristeza».

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