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1975 | Evocación de Ulia, «el monte de la aventura»

«Un monte rural, un poco salvaje, desde el que se contempla el paisaje urbano, casi de plano, de la ciudad. Pero también el horizonte extenso del mar». Así, con menciones a aventuras marinas, describía el monte Ulia José Antonio Machimbarrena

Mikel G. Gurpegui

San Sebastián

Sábado, 22 de marzo 2025, 01:00

Ulía es para los donostiarras el monte de la aventura». Con esta frase empezaba una evocación del viejo monte Ulia que escribió José Antonio Machimbarrena ... en DV el 22 de marzo de 1975. Regresamos hoy al monte con aquel artículo, titulado 'Paisajes que desaparecen: Ulía'.

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Describía Machimbarrena la elevación del este donostiarra como «monte rural, un poco salvaje, desde el que se contempla el paisaje urbano, casi de plano, de la ciudad. Pero también el horizonte extenso del mar. La costa desde el lejano Matxitxako vizcaíno hasta las dunas landesas».

Ulia era hace cincuenta años, y en gran medida sigue siendo, «un paisaje de acantilados donde anidan las gaviotas, donde el oleaje se deja oír como un bramido que se prolonga indefinido. Donde el viento azota los helechos, los brezos, las argomas. Inclina las hierbas ajadas de los promontorios. Paisaje marino, con el encanto de una costa virgen, desolada, que por asociación de ideas y de recuerdos me evoca ciertas narraciones de Stevenson, el soñador escritor escocés». José Antonio Machimbarrena Gárate transmitía su arrebato por la contemplación de Ulia y desde Ulia...

«Cuántas veces, al llegar, después de contemplar un paisaje de tierra adentro, a la divisoria del monte, he sentido la extraña emoción de la visión gris-azulada del mar, más allá de los pinos y las praderas... Dejando a la espalda el horizonte de montañas, descubría de pronto, inesperada, casi irreal, la superficie plana e infinita del mar. Y al mismo tiempo su voz bronca, aún lejana, elevándose desde las escolleras oscuras, hundidas en los desplomes del monte».

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Para el autor, subir a Ulia era volver a descubrir la fuerza del mar. «Lo cierto era que cada vez que subía a Ulía sentía renovada esa impresión al cambio de vertiente. Descubría el mar. O más bien, lo redescubría. Algo así como lo pudo hacer el grumete del Péquod, el barco ballenero de Nantucket, en la gran novela de Herman Melville 'Moby Dick'. La llamada de la gran extensión líquida y de la aventura que esconde. Abierta encrucijada a lo desconocido».

Verde entre nubes

En aquella atmósfera evocadora de aventuras marinas, Machimbarrena se extasiaba ante el faro de la Plata... «Qué emoción también el descubrir el faro blanco sobre la roca gigante, casi vertical. Los faros siempre han tenido para mí un encanto particular. Sobre todo aquellos que están aislados y alejados».

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Junto a aquel monte volcado al mar, «más áspero y a veces hasta siniestro en su aislamiento», glosaba el autor esa faceta, quizás más desaparecida, de «un Ulía rural que parece alejado en el espacio y también en el tiempo. Marginado e intemporal. Verde, entre las nubes rasantes del Cantábrico y la bruma calina de las rompientes».

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