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La lejanía del tiempo transcurrido no quita interés, o cuando menos curiosidad, por la llegada a San Sebastián, el año 1646, del Visitador de la ... provincia, don Pedro Sarabia, en representación del obispo de Pamplona (1637-1647), Juan Queipo de Llano. Ayer, 14 de septiembre, se firmó el acta de su visita en la que se recogen datos y circunstancias que afectaban tanto al clero de la época como a la vida de toda la feligresía y, por ello, de la Ciudad.
Debe recordarse que la misión del Visitador era comprobar la situación de las parroquias, «cosas y lugares sagrados», de su diócesis, así como los comportamientos espirituales de religiosos y laicos. Don Pedro Sarabia recogió hasta 23 mandatos, cuyo cumplimiento se aconsejaba para una mayor perfección de la vida religiosa donostiarra. Consideró «incomprensible» la costumbre que había de, como ofrendas, colocar trigo y cebada en las iglesias y maíces en el coro, advirtiendo al vecindario que «estas cosas deben desaparecer de los lugares sagrados». Tampoco le gustó al Visitador que durante la celebración de actos religiosos se «pasara la bolsa» haciendo colectas, pues ello distraía a las personas, debiendo hacer estas peticiones en la puerta de los templos y no dentro.
1646 Era misión de los visitadores pastorales comprobar la situación en las cosas y lugares sagrados de la diócesis
No gustaron las fiestas y bailes que se celebraban en los atrios de las iglesias, prohibiéndolas bajo pena de multa
Hubo «visto bueno» para la costumbre que había en la ciudad de cantar la Salve las vísperas de las festividades de la Virgen, algo que en San Sebastián se venía haciendo «desde tiempo inmemorial» (recordemos por ello la antigüedad de la Salve del 14 de agosto), mandando que donde no existiera esta circunstancia «se estableciera con carácter permanente».
No le gustó que los sacerdotes que acudían a mortuorios o a administrar el Viático, se quedaran a comer en las respectivas casas, pudiendo, como mucho, «tomar una refección moderada». Podrían quedarse a comer los clérigos parientes de las personas afectadas, «siempre que lo fueran hasta el cuarto grado y que la comida la hicieran en habitación separada de los seglares».
La asistencia a las conferencias morales semanales eran obligatorias, multándose con dos reales la primera no asistencia, con cuatro la segunda y con ocho la tercera, avisando de las mismas al señor Obispo. Cuando se celebraban procesiones, el orden de las mismas debía estar a cargo de seglares, por lo que resultaba impropio de un eclesiástico salir de la misma para ordenar su desarrollo, pues actuando así perdía la debida concentración y, además, «la decencia y autoridad del cura luce más dentro de la fila que fuera de ella».
Al siguiente Visitador (1649), el Licenciado Carlos Muñoz de Castellblanque, canónigo de Ciudad Real, no le gustó que en las parroquias, ermitas y santuarios donde se celebran fiestas, éstas duraran toda la noche, como ocurría concretamente en la de Santa Ana donde se aglomeraba mucha gente y «hasta se permite bailar a deshoras», por lo que mandó que «los lugares sagrados se cierren a las once de la noche y no se abran hasta el alba».
La citada Basílica, en la subida al castillo, desde 1663 convento de las Carmelitas Descalzas, estaba detrás de la torre del Campanario y de la Casa de Oquendo, solar ocupado actualmente por la Sociedad Gaztelubide. Lo de los bailes ya venía de atrás, siendo unos años antes, en 1634, cuando durante su visita pastoral a San Sebastián, el obispo Pedro Fernández de Zorrilla quedó escandalizado por las fiestas que se celebraban en los atrios de las iglesias, «prohibiendo bajo multa que hombres y mujeres organizaran estos bailes».
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